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Carlos Herrera  

 

COPE

La actualidad económica en 'Herrera en COPE' con el profesor Gay de Liébana.

Grecia ha sufrido estos años lo indecible. Si la cuna de la cultura clásica y fuente de inspiración para la vieja Europa se ha convertido en un laboratorio de intervenciones y rescates financieros, el pueblo heleno ha desempeñado un papel de conejillos de indias. No es osado afirmar que la troika ha sido excesivamente rigurosa con Grecia convirtiéndose, a raíz de su deriva, en la pista de pruebas para el rodaje gubernamental de la extrema izquierda, al clamor del más acendrado populismo.

En su momento, la incorporación de Grecia a la Europa unida fue, hasta cierto punto, una sorpresa, pero una grata sorpresa, porque geográficamente Grecia está alejada de lo que constituye el corazón de Europa, próxima a Asia y no distante de los conflictos de Oriente Medio. La posición geográfica de Grecia es crucial para el mundo occidental, como lo demuestran los presupuestos de defensa que se destinan para cubrir aquella zona, salpicada de unos años acá con las olas inmigratorias de gentes que huyen de los desmanes que padecen en sus países de origen, y haciendo del país heleno la frontera de acceso a Europa para miles de refugiados.

La crisis griega, primero, y, después el ácido rescate e intervención ha dañado seriamente a la economía helena que, en general, no se caracteriza por grandes empresas ni impresionantes conglomerados sino que más bien, en una versión muy mediterránea del modelo económico, Grecia se distingue por ser tierra de pequeñas y medianas empresas, de autónomos, de comerciantes, de industriales y artesanos, de profesionales, de agricultores, de pescadores, de funcionarios…, que aportan ese colorido tan genuino de la Europa periférica, con sus niños jugando por las calles y sus pensionistas filosofando como los clásicos de antaño, que moldearon nuestras referencias culturales, con el turismo como motor económico.

Y todos, absolutamente todos, han sufrido. Si de las cuentas públicas helenas, tiempo atrás, emanaban olores putrefactos, sanear la infección ha representado cual una especie de peste económica para los griegos, sus pensionistas, sus autónomos, sus tenderos, sus empleados, sus funcionarios, sus empresarios…

Los sueldos han bajado brutalmente y la devaluación salarial ha significado un torpedo para muchas familias. Las clases medias se han sentido desbordadas por la falta de ingresos y su nivel de vida ha caído de manera drástica. Infinidad de empresarios se han visto compelidos a cerrar definitivamente las puertas de sus locales. Otros no han tenido mejor suerte y se han visto condenados a la bancarrota. Las pensiones, tan sagradas como devotas, se han mermado y a los pensionistas les han recortado los haberes de su jubilación. Las empresas que pudieron maniobrar se desplazaron hacia otros lugares en los que la plaga económica quedara más alejada.

La sucesión de vicisitudes en la antigua Grecia ha sido un cúmulo de despropósitos. Primero, sus cuentas públicas que no se correspondían con la realidad de las mismas. Luego, la intervención, dura y contundente, y el rosario de rescates con los hombres de negro controlando la gobernanza de las finanzas helenas. Después, dentro de lo que ya era un estado de ánimo desesperado, la solución de asirse a la izquierda populista que forzó rudas negociaciones con Bruselas y la troika, resistiendo hasta la extenuación y dando su brazo a torcer en el último episodio. A continuación, la excesiva seriedad de un plan de viabilidad económico y financiero para poner en órbita a Grecia y, en todo momento, la sombra de aquella posibilidad que hubiera significado tal vez el principio del fin de la Unión Europea: la salida de Grecia, primero, de la zona euro y, acto seguido, de la Unión Europea.

Años, pues, muy azarosos los vividos por Grecia cuyo producto interior bruto en 2008 alcanzó 241.990 millones de euros, con PIB per cápita de 21.800 euros y que en 2018 se situó en 184.714 millones de euros descendiendo su PIB per cápita a 17.200 euros. Tremendo correctivo para los griegos.

En 2011, su deuda pública, desbocada, con 356.000 millones de euros suponía el 172% de su PIB. Hoy, la deuda pública es de 334.573 millones de euros y equivale al 181% del PIB, con una deuda per cápita de 31.000 euros para cada griego, por encima de su PIB per cápita.

El déficit público heleno se descolocó en 2009, con 36.000 millones de euros, que constituía el 15,1% de su PIB. Actualmente, al cierre de 2018, está ajustado a solo 1.981 millones de euros, 1,10% del PIB. Grecia, en principio, deja atrás el experimento populista liderado por Alexis Tsipras, y apuesta por una senda de normalidad con Kyriakos Mitsotakis cuya propuesta programática incide en reflotar forzosamente la economía, siendo uno de sus ejes las bajadas de impuestos y los aumentos salariales. Habrá que ver cómo reaccionan Bruselas, Washington y Frankfurt, celosos guardianes de las finanzas públicas helenas, ante las alternativas que maneja Mitsotakis. En cualquier caso, Grecia necesita reactivarse. Nuestros mejores deseos para Grecia.