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Carlos Herrera  

 

COPE

La actualidad económica en 'Herrera en COPE' con el profesor Gay de Liébana.

Hay dos motores que propulsan la economía española: el turismo y la industria manufacturera con cuarteles generales de decisión fuera de España. Ambas actividades dependen de decisiones foráneas y nuestra capacidad de seducción. 

En un momento en el que las cosas van pero lo hacen con menor energía, cuando comprobamos que los vientos de cola que tan benefactores han sido para nuestra economía tanto europea, la del euro, como la española, se van desvaneciendo y las olas de estímulos tanto monetarios como fiscales ya está tan metabolizadas dentro de nosotros que sus bonancibles efectos apenas se perciben al formar parte implícita de nuestras rutinas, conviene preguntarnos sobre el protagonismo, desde una perspectiva independiente, hasta qué punto los españoles tenemos capacidad de decisión para decidir el pulso y la velocidad de nuestra economía.

La cuestión que planteamos hay que contextualizarla bajo un interrogante: ¿qué le está pasando a la Europa del euro? Los datos que vamos conociendo sobre la economía europea y, más concretamente, la de la Eurozona, que es la que obviamente más afecta, indican que no acaba de tirar y se va desacelerando. Y es que hay varios factores que se están conjugando en su contra.

El primer síntoma indicativo es que la venta de coches cae y el sector de la automoción juega un papel primordial en la industria manufacturera europea. ¿Por qué se venden menos coches? ¡Hombre!, el dinerito de las familias y el freno de mano a consumos importantes cuando el panorama se ve algo borroso influye, pero quizás el gran problema sea el de que los consumidores, es decir, los potenciales compradores de coches dudan, dudamos, ante la nueva normativa de emisiones contaminantes de 2018 y, además, ante las más rigurosas medidas que se tendrán que cumplir antes de 2021, incluyendo más restricciones urbanas a la circulación de vehículos.

El segundo síntoma arranca de una evidencia: la Europa del euro es una economía exportadora y la conflictividad chino-norteamericana le perjudica cara al mundo. Encima, otra vez vuelven a atemorizar las amenazas de imposiciones de aranceles procedentes de Estados Unidos sobre las importaciones de automóviles europeos, a lo que hay que sumar las inquietudes generalizadas a consecuencia de la incertidumbre global. Todo ello hace que las ventas al exterior de la eurozona aflojen y que la potencia industrial de nuestra Europa se resienta. Y la industria es un sector determinante por todo lo que irradia hacia el resto de la economía.

Y tercer síntoma: tantos líos políticos internos en la Europa del euro y en la misma Unión Europea, con el Brexit, Italia, populismos y nacionalismos suponen otra lastre…, y ya no digamos en España con el sainete cotidiano de las alianzas y coaliciones para no formar gobiernos, investiduras sin candidatos a ser investidos y, en el horizonte, la posibilidad de que a la vuelta del verano otra vez haya elecciones con el consiguiente hartazgo de la población española que constata cómo los políticos nos han convertido en alegres, o tristes, marionetas de sus caprichos y sus incompetencias. Las cuentas públicas exigen la presencia de un gobierno que funcione, no que esté en funciones, y Bruselas empieza a apremiar en esos dos estigmas de nuestras finanzas: el déficit público, que podría volver por sus fueros y sobrepasar el 2,5% de 2018, lo que significaría volver a las andadas, y la bola imparable y creciente de nuestra deuda pública que mes a mes se va haciendo más grande y, por consiguiente, incontrolable e impagable.

Por las razones apuntadas, es crucial que cada país disfrute de independencia económica para poder disponer de músculo con el que afrontar lo que serán duros momentos que, con mayores o menores embestidas, están por venir. Y es entonces cuando uno se interroga si España, por sí misma, es autónoma para regir su destino económico.

La respuesta, un tanto haciendo bueno el siempre envidiable estilo gallego, podría ser que, en cierto modo, sí, y hasta determinado punto, no.

España se desacelera, pero lo hace con mayor lentitud. Ese adiós a los vientos de cola a que nos referíamos, los vientos de cara que vienen y la velocidad de nuestra economía, a la postre, irá aflojando. Dos de los motores que la propulsan son el turismo y la industria manufacturera.

En ambos, nuestro poder de decisión no depende absolutamente de nosotros, sino que es más bien limitado. Los turistas, extranjeros, vendrán procedentes de otros países si nuestra capacidad de seducción les convence; si no, volarán hacia otros destinos. Por tanto, no somos nosotros, los españoles, quienes decidimos si los turistas vienen aquí o prefieren otras opciones y viajan allí

En la industria manufacturera, por ejemplo, el sector del automóvil tiene una importancia clave tanto por su contribución directa como por su efecto tractor hacia otras industrias. En España hay mucha fábrica perteneciente a empresas internacionales, cuyas inversiones y actividades se deciden en sus cuarteles generales ubicados lejos de aquí y es allí donde se decide el papel que desempeña la España económica. Saber seducir a los capitales foráneos es primordial para tener músculo industrial. Eso quiere decir que ¡hay que ponérselo fácil al inversor foráneo, para que se sienta embelesado por nuestro país, al igual que al turista que puede dejar sus buenos dineros – gasto turístico, le llamamos – acá!