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Carlos Herrera  

 

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La actualidad económica en 'Herrera en COPE' con el profesor Gay de Liébana.

 

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Horizontes brumosos… Entre Menorca y la Seguridad Social

Ando por mi querida isla de Menorca, con tiempo no muy apacible, fuerte viento del norte, eso que por acá se conoce como Tramontana, que sopla o, mejor, ruge con furia mediterránea. Aprovecho estos primeros días de junio para seguir con mi tarea, cual trabajo de campo, de I+D sobre el sector turístico en este año 2019, con un mes de mayo que, para los menorquines, parece desaparecer del calendario efectivo de la temporada turística, por los resultados habidos, y que abre interrogantes sobre cómo será este verano… Y si el turismo no tira como debiera, tiendas, comercios y hostelería se resienten. Estos días, la calma menorquina predomina… Ingleses, sí, la mayoría; españoles en plan familiar y parejas de enamorados, restaurantes a medio gas, aguas frías pero con la genuina seducción menorquina, cielos nublados. Empero, lo mejor del verano está por llegar y los empresarios de hostelería encaran las próximas semanas esperanzados por el atractivo singular de la isla. Porque Menorca, como dice un buen amigo, es esa isla que navega sobre el Mediterráneo, la isla blanca y azul.

Donde no hay mucha calma, en cambio, es en los números de la Seguridad Social tras conocerse su estado de quiebra. En concreto, de 2010 a 2018, el déficit acumulado se eleva a 101.050 millones de euros, se ha vaciado el fondo de reserva de las pensiones desde los 66.815 millones de euros a los teóricos 5.043 que restan y campa la deuda de la Seguridad Social que actualmente es de 43.068 millones frente a los 17.173 de 2016. Algo está claro: a golpe de préstamo, la Seguridad Social no puede tirar y hay que replantearse seriamente el modelo económico y financiero del sistema para hacerlo sostenible y suficiente. De lo contrario, tendremos fatídicas sorpresas…

El déficit público de 2018, que fue de 31.805 millones de euros, estuvo muy marcado por los 17.088 millones de déficit de la Seguridad Social, manteniendo la tónica de los últimos años. Momentos de reflexión por las consecuencias a futuro que entraña ese desequilibrio de nuestra Seguridad Social. Las pensiones, quiérase o no, dígase o no, están en jaque. Ya sé que es una cuestión reiterativa.

Periódicamente, es obligado hacer referencia a ella. Pero uno de los derechos sociales de lo que constituye el nuevo contrato social de este siglo es precisamente asegurar las pensiones. Y las dudas, cuando se conoce el informe del Tribunal de Cuentas, afloran otra vez. Estamos ante un problema del que sistemáticamente los políticos rehúyen. Lo esquivan por activa o por pasiva. De vez en cuando, la actualidad repunta con el famoso, y de momento ineficiente, Pacto de Toledo. Se está planteando el problema real de las pensiones en clave política cuando su fondo es económico y financiero. La sostenibilidad del sistema está en duda y en vilo su suficiencia.

El ritmo de crecimiento de las pensiones es imparable. El número de pensionistas aumenta mes a mes. Nos acercamos a los 9 millones de pensionistas. Las jubilaciones no cesan. Muchas, lamentablemente, anticipadas. La factura anual de pensiones para 2019 será de 154.000 millones de euros. No obstante, las cotizaciones sociales en 2019 ascenderán a más de 157.000 millones de euros cuando en 2011 sumaron menos de 138.000 millones. 

La solución al problema no estriba únicamente en incrementar las cotizaciones sociales y aumentar el salario mínimo para lograr mayores cifras de recaudación. Ni tampoco en hacer fichar a la gente en busca de arañar sanciones y multas a las empresas. Es un asunto de más calado, de mayor fondo. El modelo productivo de España está desencajado y nuestro patrón de crecimiento, descolocado. Lo fiamos todo a servicios y más servicios, en gran parte, de bajo valor añadido. Y ese bajo coste, el low cost de marras, deriva entre otras cosas, en salarios bajos y cadenas de suministro baratas que, a su vez, retribuyen mínimamente a sus trabajadores. Ajustamos precios para ser competitivos. Y entra en juego la devaluación salarial. Por más gente que trabaje, con sueldos bajos, no porque los empresarios sean unos ogros avariciosos que solo persigan ganar dinero a espuertas, no, ¡qué va!, no se pueden pagar sueldos más elevados. Simplemente, el negocio no da para más. Y los nuevos jubilados que se van incorporando a las filas de pensionistas, son de calibre, gente que ha cotizado en muchos casos sobre máximos y cuya jubilación excede los 2.000 euros mensuales. Mientras, quienes trabajan igual ganan menos de 2.000 euros. La desindustrialización de España jugó un efecto pernicioso. Nuestra industria manufacturera se limita al 12,6% del PIB. Es en la industria donde se pagan los salarios más elevados. Las causas del desfase de la Seguridad Social, por ende, son mucho más profundas y escabrosas. Para solventar el déficit, es necesario ponerle alma económica y dejarse de ambages políticos. De lo contrario, el déficit será irresoluble. Sigo barruntando en Menorca, con horizontes brumosos…