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Carlos Herrera  

 

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El periodista José J. Esparza nos presenta 'San Quintín', un relato histórico que protagoniza el militar Romero, quien entregó una pierna a la causa

"Romero fue el mayor héroe español que dieron los tercios". Así define José Javier Esparza al militar español que protagoniza su último libro, 'San Quintín'. Se trata de un relato histórico que narra las peripecias de éste y otros militares bajo las órdenes de Manuel Filiberto de Saboya - el hombre elegido por Felipe II - para asediar San Quintín y dominar a Francia.

En aquella época, "para Francia era vital quitarse el yugo de los españoles... y para España seguir demostrando su hegemonía". De ahí que nuestros antepasados y los franceses se batieran en una y mil batallas, como la de San Quintín. En estos enfrentamientos destacaron nombres como el de Alonso de Navarrete, Alonso de Cáceres o Lázaro Von Schwendi, todos entregados a la causa de Felipe II. Y que desplegaron su audacia para engañar al enemigo con triquiñuelas y movimientos militares que sólo servían para jugar al despiste.

Gracias a este libro se puede entender también el papel que jugaron algunas mujeres de aquellos tiempos. Constance, personaje inventado por Esparza, quiere acompañar a su marido, a Romero, a la batalla. Como ella hubo otras. Nada temerosas de un oscuro desenlace para sus vidas.

Por supuesto, 'San Quintín' es un dibujo histórico del tablero social de aquella Europa. Una época en la que Bruselas ejercía como refugio de las grandes fortunas: nobles, señores adinerados y militares distinguidos.

Un libro delicioso y agradable para entender un momento que ha marcado el devenir de la historia.

COMPRAR EL LIBROMi nombre es Julián Romero de Ibarrola y soy maestre de campo de los tercios del rey nuestro señor. Sirvo hoy con don Felipe II como ayer serví con su augusto padre, el césar Carlos. Queréis que os cuente mi historia y yo os diré que mi único mérito es haber salvado la piel donde otros dieron la vida. Constato en vuestras miradas que no sabéis lo que pasó en San Quintín. Avergonzaos, ganapanes, porque pocas páginas han escrito nuestras armas más gloriosas que aquella victoria, en la que este vuestro servidor cayó herido cuando una bala de mosquete me perforó una pierna y desde entonces me cuelga así, como dormida. Aún tengo que dar gracias a Santiago de que no hubiera que cortarla, según se solía hacer, para que la gangrena no me comiera el cuerpo.

Y ahora, si queréis saber más, prestad oído…