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Carlos Herrera  

 

COPE

Repasa alguna de las muertes de grandes científicos en “Eso no estaba en mi libro de historia de la ciencia

Todo empezó cuando en las clases de preparación al parto le explicaron todo sobre aquello, pero como profesor que es, investigó quién la invento. Un médico militar español Fidel Pagés. Sería el principio de una investigación y una criba entre más de 400 muertes poco habituales de científicos.

Busqué muertes que no fueran típicas, ni propias de enfermedades de la época”. Encontró algunas ironías como que Karen Wetterah, experta en sustancias tóxicas muriera intoxicada por mercurio, tras traspasar unos guantes de látex. “Por arsénico morían muchas personas, sobre todo el que fuera taxidermista, hasta que se descubrió que era mortífero, y se prohibió”. Otra ironía de la vida, o de la muerte: Morir probando un invento como Franz Reichelt, que no era científico sino sastre, y que se tiró por Torre Eiffel para probar un paracaídas y dejó un agujero en el suelo de 15 cm. “Se obsesionó con probar su invento consigo mismo, y no funcionó”. O el caso de un ingeniero mecánico, enfermo de polio, que diseñó un sistema de poleas para poderse levantar fácilmente de la cama, y terminó estrangulado porque se acabó haciendo un lío con las cuerdas...

En el capítulo de suicidios hay de todo. La horca, químicos o el caso de un aracnólogo “que se inoculó el veneno de una araña y era muy doloroso”. Ala Turin descifró la máquina Enigma, gracias al cual se salvaron millones de vidas, pero él no tuvo suerte: “murió con una manzana envenenada de cianuro”. También hay accidentes como la caída de Zhong Wei Chen que se cayó por un séptimo piso cuando trataba de entrar en su casa… por la ventana.

Eugenio Manuel Fernández, es físico, no frustrado y con vocación de educador. Por eso afirma que “la educación en nuestro país se está relacionando constantemente con política”. Y hablando de muertes ¿cómo moriría él? “Moriría de un atracón riéndose, después de una buena caída de Roma”.

COMPRAR EL LIBROLa historia de la ciencia atesora muerte por doquier, y no, los libros de historia no nos la suelen desvelar: científicos con prometedoras carreras truncadas por experimentos fallidos con desenlaces fatales, hórridos accidentes, asesinatos viles, además de envenenamientos, ejecuciones de toda clase, enfermedades exóticas, sobredosis de sustancias estupefacientes, mordeduras de ofidios ponzoñosos, caídas por precipicios, suicidios... Eso no estaba en mi libro de Historia de la Ciencia es una crónica negra veraz —con unas gotas de humor cuando es preciso—, con los protagonistas de esta disciplina como nunca antes se habían presentado a los lectores.

«Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar», decía el matemático francés Joseph-Louis de Lagrange a su colega Jean-Baptiste J. Delambre tras la ejecución del célebre químico Antoine Lavoisier en la guillotina. Por su parte, Pierre Curie —Premio Nobel de Física en 1903 junto a su esposa Marie— falleció atropellado por un coche de caballos, a los 46 años, y con mucho trabajo por terminar. El celebérrimo Arquímedes de Siracusa murió anciano, pero por una muerte poco natural, pasado a espada por un soldado romano. Karen Wetterhan, experta en intoxicaciones por metales pesados, murió en 1997 tras experimentar con uno de ellos, el mercurio. La lista es interminable.

Muchos son los científicos que han tenido vidas desgraciadas, que han sufrido accidentes, que han padecido enfermedades fortuitas, que han sido ejecutados, apuñalados, ahorcados, despeñados, o mordidos por algún bicho mortífero; y, para que cunda el pánico pero no caer en depresión si algún lector es científico, hemos salvado —en el último momento— a alguno de estos hombres y mujeres de la Ciencia... pero por muy poco.