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Carlos Herrera  

LA REVISTA ÉPOCA - Ignacio Merino

Reconocerías su voz, que envuelve y agita conciencias, entre un millón. Su diapasón armoniza pasión por la vida, respeto, cultura destilada, sana curiosidad y mucha guasa. Es Herrera en la Onda. La Voz.

Te envuelve, prende el fósforo de tu cerebro, llama a la conciencia como si na_da, la despierta si está sonámbula. Y cuando crees que eres sólo tú el objetivo de tanta intensidad, cuando entregas tu voluntad a cambio de tan esmerada dedicación, te das cuenta de que te ha arrastrado a un océano de afinidades, a la inmensidad de unos oyentes prendidos por la emoción dosificada de un maestro del albero radiofónico. 

-¿Por qué le tira más la radio? ¿Es por libertad, profesionalidad o es que tener la cara expuesta en la pantalla le resta matices, concentración o desparpajo?

-No me veo a mí mismo en televisión. Posiblemente, porque en el fondo no me gusto y porque la radio la hago yo, la dirijo yo, la realizo yo y la responsabilidad, por lo tanto, es mía, para bien y para mal. La televisión es un diálogo interrumpido por las manos. La radio te permite controlar todo lo que haces y en la televisión es mucho más difícil. A mí me crea cierta inseguridad, posiblemente porque no sé. Y la radio me la conozco porque es a lo que llevo dedicado casi 30 años de mi vida.

 -¿Qué le queda por hacer en radio?

-Lo que más me gustaría hacer es un programa de toros. Y sobre todo ahora, que los toros se están convirtiendo en algo incorrecto, todavía me gusta muchísimo más. A medida que esta pandilla de imbéciles que anda pululando por ahí, colocando la fiesta en los ámbitos de las interpretaciones no antropológicas, sino políticas y sociales, todavía me apetece más hacer un programa de toros.

-¿Qué género le divierte más en las ondas?

-Yo soy un contador de historias y, como tal, me gusta contar historias y sobre todo escuchar las que van más allá del análisis político y de la información pura y dura. Me gusta cuando por la ventana de la radio entran las voces de la calle. Eso lo hemos traducido, en mi programa, en una hora que es La hora de los fósforos. Que, particularmente, a mí me llena de satisfacción y me da claves para entender muy bien la sociedad en la que vivimos.

-Cuéntenos alguna anécdota sabrosa de su profesión, usted que tiene buena memoria, oficio y humor andaluz.

-Esto me recuerda al arzobispo que conocí en el Vaticano que, cuando supo que era andaluz, me dijo: "Hombre, cuénteme usted un chiste". Las mejores anécdotas no son las que cuento yo. Son las que están en los libros de los fósforos, en los que se pueden ver las historias más inverosímiles. En 30 años de profesión, como puede usted imaginar, me ha pasado absolutamente de todo. Pero son mucho más divertidas las que les han pasado a mis oyentes. 

-¿No hay televisión en el horizonte? Mucha gente echa de menos el bigote guasón y sus ojos picarones.

-Pues mire, yo me levanto a las 4.30 todas las mañanas. Ejercicio que le aconsejo para el cuidado pe su piel, porque es extraordinario. Tendría que verme. Luzco de una manera extraordinaria, envidiable. Y cuando salgo de la radio son aproximadamente 13.30. Como usted comprenderá, las ganas que tengo después de comer de irme a un plató de televisión son perfectamente descriptibles. Además de que por la tarde hay que hacer otras cosas, fundamentalmente relacionada con los libros, con los artículos. Y también con la vida. Es un problema exclusivamente de tiempo.

 -Hágame un diagnóstico sobre el estado de salud radiofónico en España.

-La radio es una colección de sonidos y, a veces, me preocupa que los sonidos no sean cuidados como tales. A mí me gusta cuidarlos, desdoblarme en la faceta de realizador de radio. Ahora parece que eso sólo se cuida en algunos programas, en los que además se exceden en eso mismo, como los programas de montaje milimétrico. También echo en falta grandes voces de la radio, que no tenían perfil político (a veces pienso que la radio está demasiado tomada por el cronista político) y que han hecho una radio sobre la vida cotidiana asombrosa. Le cito, por ejemplo, a Rafael Turia, Marisol del Valle, Arribas Castro.

Me preocupa que la radio sólo sea una crónica de la actividad política y no un ejercicio de divertimento cotidiano. 

-¿Cree que existe alguna emisora que atenta contra la libertad o la convivencia?

-Sinceramente creo que no. Muchos piensan, cuando surge este tema, en la SER o en la COPE. Yo no creo que atenten contra la convivencia. Tienen líneas editoriales antagónicas y muy marcadas, pero, sinceramente, no creo que la convivencia se vea afectada porque determinadas emisoras interpreten la realidad como la interpretan éstas. 

-¿Opina que las ideologías se aplican sólo al campo de la opinión en el periodismo actual?

-Los lectores y los oyentes somos adultos y sabemos que los medios de comunicación 11,0 son ángeles sin sexo, que tienen línea editorial. Y las líneas editoriales, siempre que estén dentro de los valores elementalmente constitucionales, son perfectamente legítimas. Lo que a mí me preocupa es que se falsee la realidad. Pero mientras no me falseen la realidad, me la interpreten y yo sepa que me la está interpretando, no hay problema. Eso sí, el exceso de ideología nos Heva al sectarismo y el sectarismo es falta de determinados contrastes. Eso sí que provoca en mí rechazo natural inmediato.

 

-Es usted un hombre polifacético: dirige tertulias, da noticias, escribe artículos, publica libros que se salen de los géneros al uso y hasta retransmite cofradías procesionales y anima carnavales ¿Es usted un escritor-agitador o un periodista multiuso?

-A mí me gusta observar desde la tribuna privilegiada qlie tenemos algunos periodistas, que somos como guardias de tráfico. Yo hago entrar y salir voces, a la que uno la mía. Y eso se puede aplicar a cualquiera de las disciplinas que nombra. En el mundo de la creación periodística las posibilidades son notables: desde retransmitir una cofradía hasta dar la crónica de la tarde parlamentaria. La realidad tiene numerosas formas plásticas de ser reproducida. 

-Le gusta ser la yesca que enciende "fósforos". ¿No se quema mucho?

-No le extrañe si le digo que yo vivo del talento de los demás. Porque en La hora de los fósforos, desde luego, el talento no es mío. El talento es de quien llama y de quien cuenta las cosas. Yo sólo tengo la misión de incitar a todos aquellos que tienen algo que contar. Pongo algunas mínimas normas, organizo el curso de las palabras, pero éstas surgen de los demás. Yo vivo de las palabras de otros. 

-Aquel odioso paquete bomba de marzo de 2000 no le impide salir a tapear por Sevilla ni darse sus buenos paseos por Sanlúcaro Tampoco ha dejado los puros, ¿no?

-No veo por qué los tendría que dejar, más allá de porque la salud me obligara a ello. Cuando no se consigue la muerte física, una forma de vencer es meter el miedo en el ciudadano y conseguir que tenga una muerte civil. Yo contra eso he luchado especialmente y particularmente con éxito. Sigo haciendo las mismas cosas que hacía antes, aunque con más gente. Es algo a lo que te tienes que acostumbrar. 

-¿Qué les diría a la legión de seguidores que quieren vedo como alcalde de Sevilla?

-Que me enternece su fidelidad y su aprecio, pero que no soy el hombre adecuado. Yo creo que soy mucho más útil a la comunidad desde el puesto en el que estoy ahora mismo. Si ya me es difícil gestionar mi entorno, imagínese gestionar mi ciudad. Para mí seda un gran honor ser alcalde de Sevilla, pero créame que no es el momento. Además, ni nadie me lo ha pedido ni yo se lo he pedido a nadie. 

-¿Hasta qué punto es Andalucía diferente del resto de España?

-A mí las diferencias me interesan bastante poco. Me interesan más las semejanzas. Evidentemente, Andalucía es diferente al resto de España, pero también es muy diferente entre sí. Exacerbar las diferencias me parece reaccionario y mi dosis de reaccionario la tengo superada hace tiempo. Me interesa aunar diferencias porque cuando las aúnas es cuando haces un plato muy interesante. 

-¿Piensa que el diálogo político de las Españas está envenenado en la actualidad?

-El diálogo político de las Españas es ahora un tanto confuso, en el que se producen dos planos de realidad. Un plano que es el social, el plano de la calle, que se puede ver intoxicado por un plano político. Y otro, la realidad en la que se manejan los gestores políticos, que viven en un lenguaje, en unas prioridades, en un país de fantasías que ahora mismo no está en las inquietudes diarias de los españoles.

Posiblemente, la clase política tiene que justificar su existencia a base de crear problemas donde no los hay. 

-¿Cree que la política sigue siendo un noble arte de entrega a la comunidad?

-La política, que es un noble arte de entrega a la comunidad, tiene de preocupante el caso del político profesional, que ha sido incapaz de vivir de otra cosa que del Presupuesto General del Estado; que lleva viendo de él toda la vida y que, a lo mejor, difícilmente podría desenvolverse fuera. Ese político profesional, que vive a golpe de consigna y de proclama y que ha hecho de una profesión la gestión pública, es el que hace, a veces, de la política un ejercicio no precisamente noble. 

-¿Cree en una España federal?

-Ah, ¿pero España no es federal ahora?
Lo que me preocupa no es el federalismo, sino la asimetría, que es una de las estupideces más considerables que he oído en los últimos años. Y en la que se centra buena parte de la acción política de quien ahora mismo gobierna. La asimetría hace no que los españoles sean diferentes ante determinadas realidades, sino que tengan diferentes oportunidades en función de donde ha yan nacido.

-¿Con qué animo contempla el proceso de liquidación de ETA?

-Con innegable inquietud. Si existe una sola oportunidad de conseguir el fin del terrorismo, el Gobierno tiene la obligación, el deber, el derecho, llámese como se quiera, de buscarla. Pero eso sí, me inquieta que el Gobierno no tenga perfectamente claro la norma esencial de este diálogo: qué es lo que tiene que hacer cuando se siente con los que se va a sentar. lnvitarles a la disolución. Ni por asomo cuestionar cualquiera de las cosas que solicitan desde que empezaron a matar. Y lo que me temo es que Ro dríguez, este fenómeno,

no tiene tan claro, como tenían sus antecesores, este extremo. Además, a mí me revjenta decir eso de la paz. Parece que haya habido antes una guerra y aquí no ha habido ninguna guerra. En todo caso, ha sido una guerra de las pistolas contra las nucas. 

-¿Hay algo por lo que daría la vida?

-Por mi familia. Y si me pillara en un día muy sentimental, por mi patria.

-¿Qué es lo que más le gusta? ¿Leer, oír música, fumarse un puro en la Maestranza, ser el único que hable en el momento supremo de una cofradía, que la gente le dé continuos abrazos o estar a solas con su mujer?

-Todo lo que ha dicho, a lo que añadiría un atardecer sanluqueño, un paseo neoyorquino y que los análisis de sangre me salgan en lo verde y no en lo rojo, porque es lo que me permite hacer muchas cosas que luego me gustan. 

Gracias Carlos Herrera, tiene usted buena onda.

Ignacio Merino