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Carlos Herrera  

Lo cuenta Chaves a la que le invitas a cenar. Dice el señor presidente que Carlos Herrera, "despechado porque la Junta de Andalucía no le concedió una emisora que pedía para él solito", estuvo a punto de presentarse como candidato a la alcaldía de Sevilla. Ya añade sin pestañear Chaves, que Carlitos puso como condición que Lara-larita-leré, como diría Vilallonga, le llevara a casa todos los meses el sueldo que cobra en Onda Cero.
Lara es agarrado y por culpa del maldito parné, Carlos Herrera, el pregonero más vendido de la Semana Santa Sevillana, biógrafo de Carmen Sevilla, bigote de quita y pon, coleccionista de fósforos radiofónicos, cocinilla eminente, gastrónomo de paladar fino, propietario de una alacena donde se crían y se venden vinos, aceites y jabugos, caballista en Sanlúcar, y uno de los más entusiastas, fervientes y divertidos vividores de nuestro siglo, no ha podido embelesar a esas queridas turbas que tanto le admiran.

Hubiera sido de cine, verle practicar con aprovechamiento el esforzado ejercicio de pronunciar mítines electorales, abrazar ancianitas y besar a niños, hasta conseguir la ansiada vara de alcalde de la ciudad española más famosa en el mundo.

Qué gran ocasión han perdido los siglos, porque Herrera-ra-ra-rá, hubiese ganado de calle y Sevilla hubiese tenido el alcalde que se merece: Un pícaro en la capital de los pícaros.