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Carlos Herrera  


Lanzó un buenas tardes al aire por primera vez en Radio Sevilla allá por el año 1977. Desde entonces, cada vez que abre la caja de los “fósforos” [sus oyentes] y se oculta tras el micro, arma el taco como los toreros buenos. Pregonero en carnavales, fumador habitual, locutor de cofradías, cocinero y colaborador de El Semanal, con tal currículo teníamos que dar con él. Lo hicimos. Y acabamos tapeando.
 

Tapear por Sevilla con Carlos Herrera es una experiencia religiosa. El cielo en concepto de tortillita de camarones, mollete de pringá, pijotas y sopa de galeras (¡gloria bendita!), regado con manzanilla y Pedro Ximénez a discreción; el infierno en el hecho de que sus guardaespaldas nos sigan a distancia prudencial (recordándonos, a nuestro pesar, que el paquete bomba que el periodista recibió en marzo de 2000 no iba en broma). Escucho a Carlos apoyado en la barra mientras, profesional que es uno, me palpo el bolsillo asegurándome de que la grabadora sigue conmigo. Él pide otra ronda. Nueva calada al Cohiba. Retoma una anécdota. Cuela otro chiste. Es inagotable al desaliento. Bienvenidos a este paraíso.

El Semanal. De este año no pasaba. Quería usted pasar unas navidades blancas…

Carlos Herrera. Manda cojones.

E.S. … y acabó en Laponia.

C.H. Digamos que, en la negociación familiar [sonríe], este año me tocó ceder a mí. Hombre, me podía también la curiosidad por saber cómo era aquello.

E.S. ¿Y cómo era?

C.H. Muy acogedor. Y está lleno de restaurantes que no tienen necesidad de instalar aire acondicionado.

E.S. Mazapanes, turrón... ¿Encontró algún equivalente?

C.H. No, encontré poca luz, mucho frío y gente cordial.

E.S. ¿Qué tal la comida?

C.H. Pues yo no tuve suerte. Puede que exista una larga tradición de gastronomía finlandesa, pero yo no di con ella. Entre otras cosas, porque allí no tienen olivos y el aceite llega poco, y es caro. Cocinan con mantequilla y eso a mí me produce un sarpullido parecido a la erisipela.

E.S. ¿Repetirá el año que viene?

C.H. Probablemente no [sonríe].

E.S. ¿Cuántos ‘fósforos’ [oyentes] tiene Carlos Herrera?

C.H. Pues no llevo un censo. Porque del que hace el EGM no me fío. Más que valorarlos cuantitativamente, prefiero hacer una valoración cualitativa de ellos.

E.S. ¿Y cuántos mecheros tiene?

C.H. Bastantes. Tengo ‘injustificada’ fama de ladrón de mecheros baratos y les pedí a los Reyes Magos este Zippo en el que pone «Es mío», porque ésa es la frase que siempre digo cuando robo uno y me pillan. Éste es, ahora mismo, mi mechero de cámara.

E.S. ¿En qué se diferencian?

C.H. El fósforo es más artesanal, más tradicional, más pegado a las costumbres de la tierra, y el mechero es ‘hight-tech’ [sonríe]. El mechero será algún día la radio digital, y yo ya no la veré. Espero estar retirado. Por su parte, el ‘fósforo’ es la radio de toda la vida.

E.S. ¿Cree que tiene una audiencia distinta al resto?

C.H. Estoy muy satisfecho de recoger un arco social en el que están englobados muchos sectores de la sociedad. Es como tener un pequeño país.

E.S. ¿Del que usted sería Dios?

C.H. [Sonríe] No, no, no, no, por favor. Yo solamente soy el que da las buenas tardes.

E.S. ¿Recuerda la última llamada que le llegó al alma?

C.H. Claro que sí. Aquel día estábamos hablando de la esquizofrenia. Llamaron muchos padres, hermanos, familiares de enfermos. Pero la última llamada del programa fue la de un joven muchacho que nos confesó padecer la enfermedad. Tenía un habla muy lento, posiblemente narcotizado, y fue muy sincero, humano, tierno. Me impresionó. Estoy aliviado de pensar en que todavía me conmueven los testimonios humanos de gente como este hombre. Fue, por un lado, desolador y, por el otro, todo lo contrario, un canto a la esperanza.

E.S. ¿Qué guarda del médico que pudo ser y no fue?

C.H. Una cultura médica suficiente como para poder entrevistar a médicos sin necesidad de guión [sonríe], pero poco más. La medicina y yo tenemos una relación agradable, pero yo hubiera sido un médico malo, confundo una fractura con un glaucoma.

E.S. Según Manu Leguineche, al periodismo actual le sobra agua mineral y ejecutivos. ¿Y a la radio?

C.H. Las redacciones en la radio han sido menos canallas que las de los periódicos. Es decir, ha habido menos whisky a granel que en las redacciones de los periódicos donde viejos lobos trapicheaban la noche buscando noticias debajo de los adoquines. La radio ha tenido otra puesta en escena y otras necesidades a la hora de trabajar. Pero sí que es cierto que hay veces en que me pongo a reflexionar en que si se fuese la luz de las redacciones, muy pocos sabrán hacer un programa de radio, porque están excesivamente atados a la tecnología.

E.S. ¿Qué es la radio?

C.H. Mi medio de vida, en todos los sentidos. Y si no fuera mi trabajo, sería mi afición. Eso no quiere decir que no aspire a retirarme pronto, pero sigue siendo la gran ilusión de mi vida, la gran novia de mi vida.

E.S. ¿Le afecta el ‘share’?

C.H. A mí me pagan para que me escuchen. Y me pagan bien. Mi trabajo es que cada día me oigan más. En virtud de la gente que me escucha tengo que rendir beneficios a la empresa que me contrata.

E.S. ¿Existe una ‘radiobasura’?

C.H. El problema de la comparación entre radio y televisión es que la segunda, dicho sea con muchísimo respeto, permite que cualquiera pueda hacerla. Pero la radio, no. La radio exige saber de radio.

E.S. ¿Qué es el silencio?

C.H. Es algo que le da miedo a muchos en la radio, porque manejarlo, ya que es una herramienta de trabajo magnífica, tiene un límite. Como toda arma de doble filo. La de la radio es una profesión en la que no sólo hay que saber hablar, sino también callarse. Hay una tendencia a que los entrevistadores hablan más que el entrevistado. Yo creo que el mejor entrevistador es el que mejor se calla.

E.S. ¿Cuándo retransmitió la última procesión?

C.H. El año pasado.

E.S. ¿Qué tienen de especial?

C.H. Cofradías. Aquí decimos cofradías. Procesiones es un término más de Castilla. Considero la Semana Santa de Sevilla una coctelera en la que cabe tradición, fe, cultura, sentimentalidad, arte, etcétera.

E.S. Año 1985. Usted presentaba la segunda edición del telediario en TVE.

C.H. Afirmativo.

E.S. ¿Volvería a hacerlo?

C.H. Mmmmm.

E.S. Mañana, si se lo ofrecieran.

C.H. Tendría que dejar la radio. Si no estuviera en ella, seguramente sí. Fue una experiencia breve, muy breve, pero interesante a la vez. No teníamos ‘prompter’ todavía y pude coincidir allí con gente de la que siempre se aprende mucho. Recuerdo con enternecido agrado a mi compañera Ángeles Caso.

E.S. Usted conoció a la que hoy es su mujer, Mariló Montero, trabajando ambos en televisión.

C.H. Sí, prácticamente fue, como se dice en términos taurinos, al primer muletazo.

E.S. En el programa de María Teresa Campos, ¿no es un curioso comienzo para una historia de amor?

C.H. [Ríe] Sí, evidentemente. Allí comenzó lo que suelen decir los clásicos, una sólida amistad.

E.S. ¿De cuánto tiempo?

C.H. Llevamos juntos 13 años.

E.S. ¿Cuál es el truco, si lo hay?

C.H. Un sincero ejercicio de paciencia por ambas partes, de afecto, de arrebato, de respeto.

E.S. ¿Se considera un tipo con suerte?

C.H. No soy un tipo desafortunado, desde luego.

E.S. ¿Qué es lo peor de que lo quieran matar a uno?

C.H. La sensación de que hay dos o tres personas sentadas en torno a una mesa decidiendo que te van a matar. Te preguntas: «¿Y yo qué les he hecho para que me quieran matar?». Es un sentimiento curioso.

E.S. ¿Cuál es el recuerdo más nítido que conserva del día que sufrió el atentado?

C.H. Una cena espontánea de mis amigos, que vinieron a casa aquella noche en cuanto se enteraron del paquete bomba y trajeron pescaíto frito.

E.S. Nunca unos puros tuvieron peor sabor, ¿no cree?

C.H. Es que en el paquete, que era una caja de puros, no había puros, siquiera [ríe]. Si hubiera habido, me los habría fumado. ¿Se puede ser más cutre, coño?

E.S. ¿Recuerda de qué marca eran?

C.H. Montecristo del cuatro. Me di cuenta cuando abrí el paquete y vi que tenía agujeros y cables y que tenía que haber estallado en ese momento, y no lo hizo.

E.S. ¿Le hizo cambiar en algo su forma de pensar?

C.H. No. No. No, no, no, no, no. Sería traicionarme a mí mismo y a aquellas personas que me escuchan por lo que yo digo o por cómo lo digo.

E.S. ¿Cómo se calla a Carlos Herrera?

C.H. Con los años que tengo, es difícil. Si tuviera otra edad, todavía. Ahora es complicado.

E.S. ¿Cómo lleva lo de vivir con escoltas?

C.H. Supongo que ellos lo llevan mucho peor que yo. Suelo ser bastante anárquico.

E.S. ¿Sigue suministrando aceite a Mariano Rajoy?

C.H. Sí.

E.S. ¿Y él a usted le sigue enviando puros a cambio?

C.H. Yo le envié el aceite y él me ha enviado una tarjeta muy simpática, pero sin los puros, Mariano. Te recuerdo que el intercambio es el intercambio [sonríe].

E.S. ¿Cómo ve al candidato popular?

C.H. Es sólido, sensato, aplicado y, sobre todo, creo que la función crea el órgano. Uno va adquiriendo estatura a medida que va ascendiendo peldaños. Es un buen candidato. También lo era Rato. También lo era Mayor Oreja. ¿Quién confiaba en Aznar cuando era presidente de Castilla-La Mancha? Se reían de él. También lo hacían de Zapatero cuando empezó y, sin embargo, si su partido no lo masacra antes, podrá ser presidente del Gobierno algún día.

E.S. ¿Se alegraría de que llegase ese día?

C.H. Sí, evidentemente no contemplo situaciones eternas de un partido en el poder. La alternancia es fundamental. Desde luego, prefiero un Zapatero que tenga más que ver con el de las últimas declaraciones.

E.S. ¿Qué es lo último que ha cocinado?

C.H. Ayer cociné de cena para mis hijos unas tortillas de jamón a las que añadí un poquito de salchicha. Yo me hice unas espinacas con pasas, un poco de enebro y un poquito de pimentón. Rápidas.

E.S. ¿Ha sido cocinero antes que fraile?

C.H. Fraile, poco. Cocinero lo soy, perdona la pedantería, muy bueno. Lamento decirlo con esta crudeza.

E.S. No he oído bien, ¿cocinero o cocinillas?

C.H. No, no, no, no, no, no [sonríe]. Ésa es una apreciación injuriosa que no estoy dispuesto a admitir en una entrevista en un medio de tanta seriedad como ‘El Semanal’. Yo soy un cocinero. Un gran cocinero. Pero un gran cocinero que se fija mucho, que siempre aprende. Me fijo en cómo se hacen las cosas.

E.S. ¿Qué es La alacena de Carlos Herrera?

C.H. Una serie de productos de primera calidad que pueden conseguirse a través de mi página web (www.carlosherrera.com).

E.S. Culé confeso.

C.H. Pues sí, hijo. Lo digo con mucha resignación.

E.S. ¿Cómo se presenta esta temporada?

C.H. Mal. Y lo malo no es que se presente mal ésta, sino las cinco próximas temporadas.

E.S. ¿Con qué sueña Carlos Herrera?

C.H. Con debutar en la Maestranza, pero a estas alturas me parece un tanto improbable.