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Carlos Herrera  

Carlos Herrera, desde la Plaza de San Pedro, recuerda la enorme figura de Benedicto XVI como teólogo, luego como obispo colaborador de San Juan Pablo II y, finalmente, como Papa

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Señoras, señores, me alegro. ¡Buenos días!

 

Son las 8.00 de la mañana, las 7.00 de la mañana en Canarias, las 8.00 de la mañana aquí en Roma, donde me encuentro, en el final de la Via della Conciliación, justo en el punto en el que se produce el abrazo de las columnatas de Bernini junto al obelisco y por delante de todo el escenario y la explanada de San Pedro, en cuyo final, más allá de las escalinatas de la Basílica se encontrará dentro de pocos minutos el cuerpo, el féretro, el ataúd que contiene los restos mortales de Benedicto XVI, al cual se le va a despedir esta mañana en un funeral, solemne funeral que va a presidir el Papa a partir de las 9:00 - 9:30 de la mañana.

Hay niebla en Roma, a esta hora 6º en una mañana fresca, pero que augura, seguramente, un día si no cálido, al menos, agradable a partir de que la niebla se disipe y salga el sol.

Cientos de miles de personas, cien mil personas han despedido, exactamente, a Benedicto XVI en los dos días en los que sus restos mortales han estado al alcance de todos. Al alcance de la despedida de los fieles que han venido a decir adiós a un hombre que, fíjense ustedes, les reconoceré una cosa, ha hecho, ha querido la circunstancia que coincida, el aspecto del día, con aquel mismo día de hace 10 años, de aquella tarde del 28 de febrero, dijo que se marchaba dos semanas después de haber renunciado. Benedicto XVI tomó un helicóptero para dirigirse a Castel Gandolfo -que entonces, cómo saben ustedes, era la residencia de verano del Papa-, y aquel día miles de personas se congregaron ante las pantallas gigantes de televisión ubicadas en la columnata de Bernini, en esta misma columnata, sin poder contener las lágrimas.

Sobre las 5 de la tarde y tras los muros de esta Basílica de San Pedro, que ahora contemplo, un Benedicto XVI, con 85 años, ayudado de un bastón, abandonaba su apartamento, atravesaba los patios interiores del Vaticano, se montaba en el helicóptero y se iba. Y las campanas de la ciudad, al igual que lo van a hacer hoy, sonaron para despedir al Pontífice. Cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos- que prestaban sus servicios- quisieron darle su último adiós.

Fíjense, aquella tarde, Benedicto XVI se podía haber ido en coche, pero quiso evitar un cortejo de vehículos oficiales con sirenas cruzando a todo gas las calles de Roma. Benedicto XVI tomó la decisión de renunciar, prácticamente en soledad, lo sabía él y posiblemente su secretario de estado y su secretario personal. Sabía que suponía la muerte en vida de un Papa, seguía vivo, pero -tal y como él había dicho en alguna ocasión públicamente-, sabía que era, a partir de ese momento, un peregrino que iniciaba la última etapa del camino de la Tierra.

En una de las últimas conversaciones que el escritor Peter Seewald puedo mantener con Benedicto, le pregunto: ¿qué es usted, el fin de algo antiguo o el principio de algo nuevo? ¿Saben ustedes lo que contestó? Las dos cosas.

El Papa que hoy despide el mundo, aquí, en el Vaticano, representa la riqueza de la tradición católica como ningún otro en su categoría como teólogo, luego como obispo colaborador de San Juan Pablo II y, finalmente, como Papa. Ha sido muy valiosa para la inserción evangelizadora de la fe en la cultura moderna. La figura quedará vinculada a un pontificado breve, intenso, que concluyó, cómo saben ustedes, en una renuncia que no todos entendieron porque, entre otras cosas, hacía 600 años que no ocurría y si alguien lo contemplo hace 600 años estará muy mayor para acordarse. La figura de Benedicto XVI quedará vinculada, precisamente, a ese hecho, que fue coherente con la forma en la que el Papa entendía la manera de ser cristiano, frágil y humilde.

A partir de ahora, solamente Francisco vestirá de blanco durante el tiempo que la vida quiera depararle, esté o no esté en el Vaticano (cómo saben ustedes).

Hay otras cosas que hoy son actualidad y que hoy conforman y confirman lo que efectivamente hablaremos y trataremos a lo largo de la tertulia en esta mañana, pero créanme, el ambiente en la Plaza de San Pedro del Vaticano estando como estamos justo frente al Nacimiento que inaugura está explanada de la fe, resulta literalmente conmovedora".