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Carlos Herrera  

 

COPE

En los veranos de su infancia, recorría los pueblos de España con luces, colores y música. Desde Ontígola, al resto de los pueblos.

Ella dormía en una caseta de 2 por 10 metros cuadrados. Sus abuelos eran feriantes.

La historia de ese decorado que hacía felices a unos cuantos en cada lugar en el que se asentaban, tenía que ser contada. Especialmente porque dice que la historia de sus abuelos es en realidad la historia de la globalización.

Ana Iris Simón cuenta esta historia en un libro que es mucho más, es un análisis de los conflictos cotidianos de la sociedad. Es “Feria”. Un libro que escribió para que lo leyera su padre, y, fíjese por donde, cosas de la globalización, al final también podemos leer todos nosotros. Se ha convertido en un fenómeno editorial.

Carlos Herrera relata la hondura con la que escribe. Un libro escrito para su padre, y habla con la profundidad de sus abuelos “porque le he robado cachitos de su forma de hablar”. El libro puede encantar o molestar a unos y a otros. Ella cree que es porque a una derecha liberal le puede picar, pero a una izquierda comunista también puede incomodar.

Molestará a los que hablen de cualquier cosa de manera extrema, porque ella, pese a lo que se espera, reivindica la masculinidad, y le preocupa lo patológico. “No entiendo por qué se habla a brocha gorda”.

Tardó más de 20 años en reconocer que sus abuelos eran feriantes “porque la profesión estaba asociada a un capital cultural muy concreto y no quería que nos asociaran con eso”. Pero después, con los años, ha reflexionado con que en realidad ha vivido la globalización a través de la feria, y que eran momentos muy felices cuando la feria era solo esa semana de fiestas, y cómo pierde ahora, y perdió su familia, cuando la feria ya casi es cosa de cada día. “Hemos presenciado el fin de la excepcionalidad”. 

COMPRAR EL LIBRO«Tendré que llevarte al cerro de la Virgen y tendré que decirte que eso es La Mancha y que es de esa tierra naranja de donde venimos, que ese manto de esparto que no acaba nunca es lo que eres. Tendré que explicarte lo que es un Pueblo y sabrás que el nuestro está atravesado por tres realidades: la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento. Tendré que recordarte que eres nieto de familia postal, bisnieto de campesinos y feriantes, tataranieto de carabinero exiliado y de quincallera, y que sientas entonces que eres heredero de una raza mítica».

Ana Iris creció escuchando a sus abuelos el relato de dos mundos que se desvanecen. Unos, feriantes, quejándose de que cada vez tenían más trampas y menos perras, porque a medida que la vida se convertía en una feria —la de las vanidades—, la auténtica feria dejaba de tener sentido. Los otros abuelos, campesinos, le transmitieron el arraigo mágico de la tierra. Y fue ese abuelo el que la llevó un día a un almendro y le dijo que lo había plantado él, así que pa ella era su sombra.

Feria es una oda salvaje a una España que ya no existe, que ya no es. La que cabía en la foto que llevaba su abuelo en la cartera con un gitano a un lado y al otro un Guardia Civil. Un relato deslenguado y directo de un tiempo no tan lejano en el que importaba más que los niños disfrutaran tirando petardos que el susto que se llevasen los perros. También es una advertencia de que la infancia rural, además de respirar aire puro, es conocer la ubicación del puticlub y reírse con el tonto del pueblo. Un repaso a las grietas de la modernidad y una invitación a volver a mirar lo sagrado del mundo: la tradición, la estirpe, el habla, el territorio. Y a no olvidar que lo único que nos sostiene es, al fin, la memoria.