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Carlos Herrera  

 

COPE

La actualidad económica en 'Herrera en COPE' con el profesor Gay de Liébana.

¿Qué sería de nuestras vidas, si cada nuevo año, cuando llega enero, los impuestos no subieran? ¿Acaso nuestra existencia tendría sentido alguno si no soportáramos, con ese carácter tan dócil y sufrido que singulariza a los españoles, tantos subidones impositivos?

Con el eslogan de subir los impuestos a las rentas altas, se masacra a todo hijo de vecino. Endurecer el IVA sobre las bebidas azucaradas del 10% al 21% no solo es cosa de ricos, como tampoco gravar los plásticos de un solo uso.

Golpe a todas las clases: las altas, las medias y las bajas. Aumentar el impuesto sobre las primas de seguros del 6% al 8% es una zancadilla para el sector y, sobre todo, para el santo pagano, las recatadas y cautelosas familias españolas. Palo a los planes de pensiones individuales, vehículo que permite que cada uno, según sus posibilidades, vaya ahorrando, pensando en el futuro. Los límites de aportaciones máximas a los planes, con desgravación en el IRPF, bajan de 8.000 euros anuales a solo 2.000 euros.

La tasa Tobin, absolutamente desvirtuada acá a tenor del espíritu con el que fue concebida por James Tobin, Premio Nobel de Economía en 1981, que era el de gravar flujos de capitales para disuadir movimientos especulativos, deviene en un gravamen para quienes adquieran acciones de lustrosas compañías españolas, cuya capitalización bursátil a 1 de diciembre de 2020 superara los 1.000 millones de euros, que satisfarán un peaje del 0,2% sobre el montante de la transacción.

¡Castigo al ahorrador y pequeño inversor! Y si uno decide comprar coche nuevo, tendrá que asumir un impuesto sobre matriculación más alto. Súmese a esa sarta de mayores cargas tributarias las subidas de IRPF y del Impuesto sobre el Patrimonio, la flamante Tasa Google y, en Cataluña, toda la miríada ametralladora de incrementos de impuestos.