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Carlos Herrera  
ABC, 13 de junio de 2003
La derecha sospechosa

«Vivimos en un país en el que la derecha siempre está bajo sospecha, haga lo que haga, diga lo que diga; la izquierda, en cambio, se pone a mear y dice que está lloviendo»


Esta derecha no tiene remedio. Habrán de pasar años y años antes de que se desperecen y logren sacudirse ese eterno complejo de culpa con el que afrontan su ejecutoria política. Se cae un avión: la culpa de PP; chocan dos trenes: la culpa del PP; se hunde un petrolero: la culpa del PP; bombardean Iraq: la culpa del PP; se ahogan inmigrantes en el Estrecho: la culpa del PP. Y ahora, en plena fiesta, desertan dos parlamentarios socialistas por un quítame allá esos pactos y la culpa ¿adivinan de quién es?: efectivamente, del PP.
Vivimos en un país en el que la derecha siempre está bajo sospecha, haga lo que haga, diga lo que diga; la izquierda, en cambio, se pone a mear y dice que está lloviendo. Incapaz de contraatacar y maniobrar con la pericia de quien no está acomplejado, la derecha española se encoge y espera pacientemente a que escampe: después de ver cómo las consecuencias de las peleas canitas en el seno del principal partido de la izquierda revertían en acusaciones directas a los dirigentes populares y a sus imaginarios intermediarios, aún es hora de que alguien con un mínimo de clarividencia vea encenderse una bombilla en su interior que le indique el camino hacia la salida.


La culpa de que Rafael Simancas no gobierne en la Comunidad de Madrid no es del eterno y avisado conflicto en las entrañas mismas del monstruo administrativo de la FSM; la culpa hay que buscarla en los intereses ajenos al pueblo que maneja el poder económico de siempre. Y se queda Llamazares tan pancho: el PP no puede aprovecharse de una traición que posiblemente ha propiciado y debe dejar paso al Gobierno de izquierdas que quieren los madrileños. Si, pero ¿de qué izquierda?: ¿de la izquierda moderada y racional de la socialdemocracia o de la izquierda montaraz y dentuda que muestra un desaforado apetito de poder? Y dentro de esa izquierda racional, ¿la que representa la moderación manchega o la que se desvive por pactar con cualquier diablo para hacerse con los pasteles? Es decir: ¿la de Bono o la de Elorza y Maragall? ¿De qué izquierda hablamos? Sigo: ¿es legítimo que un sector de los votantes socialistas no quiera compartir el baile con una izquierda voraz que lo rimero que ha hecho al sentarse a la mesa ha sido apañarse a manotazos la mejor parte de la tarta? Si Zapatero sospechaba —o lo sospechaba Pepino— que, en cualquier momento, podía aparecer Tamayo y desenchufar el tocadiscos, ¿en qué medida son culpables de que haber dejado sonar la canción que anunciaba cuatro años de vino y rosas?
La derecha, entretanto, se agazapan en su miopía y empieza a pedir perdón por lo que no ha hecho y por lo que, a buen seguro, no se va a atrever a hacer. Cree, tal vez acertadamente, que detrás de todo esto está la larga mano de José Bono, ansioso de ajustar cuentas, y espera que las dentelladas no le alcancen. Pero se equivoca. Una vez más. Tras las diferentes tramoyas se esconde un señor de negro con un maletín y con la concesión para hacer chalets en un parque nacional o algo así. Por supuesto, un señor de derechas que se opone a que el pueblo invicto tome el Palacio de Verano y acabe con el despotismo reaccionario de quienes sólo saben estrellar trenes y aviones, hundir barcos, invadir jardines democráticos como Iraq y empecinarse en no pactar con los que quieren acabar con este viejo patio de convivencia.


Apuesto lo que quieran a que no tendrán el arrojo de asumir la situación y convocar nuevas elecciones: les podrá Llamazares amenazando con apedrearles de nuevo las fachadas y dejarán que planee sobre ellos la sospecha de la culpa. No tienen remedio.