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Carlos Herrera  
El Semanal, 9 de marzo de 2008
La cápsula del doctor Herrerías

La Cápsula Endoscópica del Dr. HerrerríasEl doctor Juan Manuel Herrerías, una de las grandes eminencias españolas en medicina digestiva, acaba de publicar un libro de trabajo titulado Atlas capsule endoscopy, en el que presenta, científicamente, el último grito del siempre complicado diagnóstico de enfermedades degenerativas de colon: la cápsula endoscópica. Dicha cápsula tiene el tamaño de una gragea algo más grande de lo normal y es, en realidad, una pequeña microcámara que uno deglute para que viaje tranquilamente por el tracto esofágico, el parque gástrico y todos los intestinos, hasta salir discretamente por allá donde la espalda pierde su casto nombre. Entre que es deglutida y defecada, la cámara retransmite a una pantalla de televisión cada uno de los inelegantes rincones de nuestro bulevar digestivo. La novedad consiste –ya existía esa cápsula para diagnósticos esofágicos y gástricos– en que observa y retransmite el estado de las paredes del colon y el recto, evitando así el escasamente agradable examen colonoscópico que tantas buenas piezas ha dado al género de los relatos escatológicos. Uno se toma la píldora después de haberse sometido, eso sí, al desagradable trance de los laxantes y se sienta plácidamente a esperar que el artefacto haga su recorrido y su trabajo. Si evidencia la presencia de pequeñas formaciones indebidas, pues entonces ya se entra con toda la trompetería correspondiente, pero si demuestra que el paciente está como una rosa se le evita la poco decorosa postura y la muy incómoda prueba añadida de experimentar cómo una pequeña serpiente entra hasta las profundidades de uno mismo por el orificio más incómodo que poseemos.

Conocido el avance diagnóstico, no obstante, hay algunas dudas no científicas –más bien de procedimiento– que nos asaltan a los poco familiarizados con este tipo de técnicas. ¿Cómo sabe uno que la píldora ha salido ya? Es decir, ¿cómo se sabe que ya no está con nosotros? En rigor, habría que estar pendiente de la defecación líquida –después de la limpieza no hay heces en el interior– para dar con el tesoro. Una vez encontrada entre alborozos, ¿qué se hace con esa píldora? Una cámara de televisión tan diminuta no debe de ser precisamente barata y no es cosa de tirar al inodoro un artefacto tan valioso. En el caso de volverla a utilizar, ¿cómo se le dice al paciente que lo que se va a meter por la boca lo acaba de sacar otro por el ano? Por mucho que asegures haberlo limpiado a conciencia siempre queda cierto resquemor. No me imagino a una enfermera diciéndole en la sala de espera a un paciente: «Espere usted, porque el de la habitación 34 aún no ha soltado la camarita que se tiene que tragar; en cuanto la cague, se la traigo». En el caso de ser de usar y tirar, ¿cómo no va a tener déficit nuestra estupenda Seguridad Social?

El método, en cualquier caso, es absolutamente incruento y plácido. Es, literalmente, un pasar, y resulta el colofón de la carrera por evitar desagrados a quien debe someterse a pruebas de este tipo. Imagínense una colonoscopia en vivo. No digo yo que no haya a quien le guste cierto tránsito anal, pero ver que tu abdomen se pone como el de un batracio y que entra una manguera sin fin por centro tan íntimo de equilibrio no supone un plato de buen gusto. El protocolo, afortunadamente, es realizar la prueba con sedación, con lo que tú ni te enteras de que por allí ha entrado la goma del butano de medio bloque y únicamente queda como carne de desagrado el carrusel de pócimas laxantes que debes administrarte la noche antes para soltar por abajo hasta la primera papilla. Normalmente, incluso, puede combinarse la colonoscopia con la gastroscopia, que es lo mismo pero por la boca –también muy agradable– y que de hacerse a pelo nos haría experimentar una cierta sensación molesta. Tengo por cierto, eso sí, que en las pruebas conjuntas no utilizan para la boca la misma goma que han introducido por el recto, que, por mucho que sea de uno mismo, no deja de ser poco atractivo.

Mi enhorabuena al doctor Herrerías, jefe de servicio del hospital Macarena de Sevilla. Nos evita incomodidades, sí, pero, como se ve, también nos priva de cierta sugerente literatura.