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Carlos Herrera  
ABC, 25 de julio de 2003
Y Yo ¿Puedo ir a Manresa?

«Allí sólo caben los que entienden con una sola bandera. En fin, no pensaba acercarme por su fiesta mayor, pero si hubiera tenido una sola duda, ya me han dicho que mejor me queden en España, que yo creía que incluía Manresa»

No sé, no sé; Manresa no es que fuera objetivo prioritario en mis pasiones, pero reconozco que su patrimonio artístico es más que estimable: el gótico, el modernismo, la despampanante basílica de La Seu, su oferta museística y su enclave, en el Pla de Bages, en la Cataluña Central, la hacen merecedora de una vista. Lucen un par de ofertas gastronómicas de las que andan ocultas en el paisaje común de la ciudad y su gente es consecuencia de esas mezclas tan saludables que exhibe prácticamente toda la comunidad. Resulta innegable que el desarrollo de la segunda mitad del siglo anterior dejó su garfio en Manresa y que poco queda de aquél pueblecito vigoroso y coqueto que diseñaron los años anteriores y que tanto tuvieron que ver en el desarrollo del catalanismo político. Los ayuntamientos democráticos significaron un respiro en los desmanes y lucharon por dignificar el aspecto de una urbe en la que el orden urbanístico brillaba por su ausencia. Pues bien, en un acalorado y patriótico pleno municipal, los grupos de Convergencia y de ERC, es decir, los formalmente nacionalista aunque no únicos, sacaron adelante una medida que obligaba a la retirada de la bandera española del balcón del ayuntamiento durante los días en los que la ciudad celebra su fiesta local. ¿Cuál es la razón?: oficialmente que ni esa enseña ni la europea —la cual ha sido añadida como excusa— ostentan representación alguna en momentos tan delicados como los de vivir las jornadas festivas en honor de los patronos, Sant Fruitós y Sant Maurici. El alcalde, socialista, no ha tenido más remedio que tragar y, como saben, la Delegación del Gobierno ha apremiado al consistorio a que esa medida sea revocada. Entretanto, la Generalitat, fiel a sí misma, se calla como una puerta, por no escribir otra palabra que suena parecida y que se ajusta más a la realidad, y deja que siga el curso de algo que supone que le conviene mucho al partido gobernante cara a las elecciones: hacerse ver como un garante de la catalanidad más absoluta; la que consigue, poco a poco, deshacerse de los símbolos de «ocupación».


Que estas alturas los juguetones concejales nacionalistas se saquen del bolsillo propuestas semejantes no hace sino que indicar que muy bien deben andar las cosas en Manresa para que se pierda el tiempo en medidas más propias de idiotas que de representantes públicos (aunque nada indique que resulte imposible ser ambas cosas a la vez). Pero hay más. Retirando la bandera española del Ayuntamiento, el consistorio debe considerarnos indeseables a muchos: uno mismo, sin ir más lejos, puede verse en la bandera catalana —muchos años vividos felizmente en esa comunidad—, pero no del todo: me faltaría la andaluza, que es la que contempla mi andadura y tengo por cierto que no la van a colgar del balcón en honor a los muchos que han dejado su esfuerzo en hacer de Manresa lo que es hoy. La de España, que tantos alcanza, ha demostrado largamente su convivencia con el resto de enseñas. Sin embargo, su retirad hace ver que quienes en ella estamos representados estamos de más: mejor que no vayamos, allí sólo caben los que se entienden con una sola bandera. En fin, no pensaba acercarme por su fiesta mayor, pero por si hubiera tenido una sola duda, o tal vez la idea remota de asistir a alguno de los actos de su programa, ya me han dicho que mejor me quede en España, que yo creía que incluía Manresa, pero que veo que no. Llegan las elecciones y aquí hay que demostrar, gesto a gesto, que no se es lo que no se quiere ser. Aunque se sea.