artículo
 
 
Carlos Herrera  
Diario Sevilla, 18 de noviembre de 2007
El alma de su rostro

Para su hija, se trata de la mamá más bella del universo. Lo dice el brillo abierto de sus ojos negros y lo confirma su sonrisa lechal. Los bebés no mienten. Dicen la verdad, aun sin hablar. La alegría del bebé en brazos de su madre es lo único que a la mujer sin rostro le hace olvidar que su  cara abrasada no la soportan ni los espejos. Papul fue diezmada por su marido, por pretender que su hija estudiara para salir de la pobreza. La ató de pies y manos a la cama en la que dormía, le arrojó a la cara ácido sulfúrico que desfiguró su rostro y le robó su belleza.

Es el castigo que sufren centenares de mujeres en Bangladesh desde que en 1967 un campesino borrara para siempre la sonrisa de la joven que le había rechazado. Él fue el pionero de una costumbre que se extiende ahora a todo tipo de disputas. Cuando dos familias litigan por unas tierras, empieza a ser habitual destrozar la belleza de las hijas del enemigo con ácido. Está tan normalizado dicho crimen hacia las mujeres, que lo asumen como nosotros podemos aceptar un accidente de tráfico. Existe una decepcionante Ley, específica sobre el lanzamiento de sustancias corrosivas, que establece castigos penales para los agresores, entre los cuales, el 90 por ciento consigue su libertad con sobornos de cuatro a cien euros.
 
Mujeres como Papul, que quiso educar a su hija, o como Monira, Rubina o Sahmina, que dijeron que “no” a hombres que quisieron desposarlas a los nueve u once años, están unidas por el ácido, por La Casa sin Espejos –su hogar de acogida- y por el seudónimo de “Las Chicas de España”, donde se intenta reconstruir sus rostros, motivo por el que una puede reconciliarse con la solidaridad internacional. A algunas hay que abrirles la boca para que puedan comer, a otras la nariz para respirar y aún hay a quien la corrosión del ácido le impide cerrar los ojos, escuchar, ver o vivir. Todas sintieron el frío del líquido sobre su rostro, que iba corroyendo y disolviendo lentamente, con el insoportable escozor del ácido, la piel de su cara, los músculos y, en algún caso, hasta los huesos. La atención médica urgente en el país asiático es inexistente, por el desconocimiento de las agresiones, por la lejanía de los pueblos y las limitaciones sanitarias. Todo ello empeoró el estado de las heridas y hace irreversibles lesiones curables a tiempo. 
 
Confiesa Papul que, a pesar del feroz rechazo social,  la única razón por la que quiere ser operada en España es para que su hija pueda verla de otro modo: hallar el alma de su rostro. Aunque nosotros la veamos como la cabeza con la que en clase de Ciencias Naturales estudiábamos los músculos faciales, como una máscara pavorosa, su bebé la ve como debiésemos todos: como la mamá más bella del universo.