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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 1 de agosto de 2007
El secuestro «real» más sonado

Aquel que quiso proteger a la Corona y a las personas del Príncipe heredero y de su esposa y cometió la torpeza de emprender acciones legales por un dibujo de regular trascendencia, lo único que ha conseguido es dar argumentos a los que permanentemente quieren tener abierto el debate de la Monarquía y su conveniencia. Tal vez era eso lo que pretendía el fiscal general: yo me excedo en la protección de la Familia Real a cuenta de una tontería de mal gusto y así algunos podrán rasgarse las vestiduras y denunciar supuestos privilegios. Muy ladino. El secuestro de la revista fue una acción tan absurda como inoportuna, ya que al campo difícilmente se le pueden poner puertas. De ser delictiva la caricatura, son los propios afectados los que deben poner en marcha los pertinentes mecanismos legales, pero la libertad de expresión existe con todas sus consecuencias: para eso están las querellas. Ha sido la Casa Real, precisamente, la que no ha hecho el más mínimo comentario ni ha movido el más mínimo papel: con la que está cayendo, ha preferido guardar un sensato silencio.

El lío no lo ha montado la Corona, lo ha montado el Gobierno y su fiscal, ambos luciendo muy mala leche. Por si fueran pocos, se ha añadido al coro oportunista de bombardeo a la máxima institución el senador Iñaki Anasagasti, el cual ha escrito en su web que la Familia Real es “una pandilla de vagos”. ¿Tiene derecho a decirlo? Indudablemente sí. ¿Tiene razón al decirlo? Indudablemente no. Sería muy interesante comparar las agendas del príncipe Felipe y la del político nacionalista. Comprobaríamos quién trabaja más. Si alguien vive del sueldo de los contribuyentes desde hace casi 30 años es el senador vasco, que no creo precisamente que se deslome más de dos o tres días a la semana. ¿Cuál es el objeto de esa impertinencia? abrir el melón ficticio del debate monárquico, ese que se fundamenta en la discusión recurrente sobre la forma de Estado.

Nada mejor para ello que atacar groseramente a una familia que conoce bien su trabajo y lo hace con notabilísima eficacia. Algunos nos preguntamos ahora si tras esta estúpida crisis provocada perversamente por la fiscalía del Estado se da por abierta la veda para la caza mayor, para el cuestionamiento permanente, para la chanza y la invectiva. Tal vez sí.

Lo peor estribaría en guarecerse en la supuesta defensa de la libertad de expresión, sagrada siempre, para poner en cuestión delicada instituciones que tan buen servicio han ofrecido a la historia inmediata de nuestro país.