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Carlos Herrera  
El Semanal, 22 de junio de 2019
El jardín del almirante

Se ve que, como Madrid no es puerto de mar, dedicarle algo a un marino no es de recibo

Hace algo más de un año, Ada Colau, ya alcaldesa de Barcelona en aquel entonces, protagonizó uno de los pasajes más bochornosos de la administración de la ciudad que la vio nacer. Consideró oportuno dedicar una calle de la ciudad al cómico gallego Pepe Rubianes, fallecido hacía un tiempo, ante lo cual no había nada que objetar: Rubianes era un buen actor, con el cual coincidí no pocas veces, merecedor de aprecio y querido por sus seguidores. Dedicarle una calle de su ciudad de adopción no parecía una medida desafortunada, aunque siempre que se retitula una calle hay una figura perjudicada: aquel o aquello a quien se le quita. Hay nombres de calle anodinos, es cierto, que son más fáciles de cambiar, y hay otros que, tras muchos años, pueden ser cambiados después de mucho tiempo de homenaje. Todo está en cómo se justifica. Como es sabido, la calle de la Barceloneta que se rotuló con el nombre del humorista que retomó una popularidad binaria merced a una deplorable intervención suya en TV3 –la célebre «puta España» y todo eso que aún me pregunto cómo es posible que le sobreviniera a un tipo por lo general templado, o eso creía yo– estaba dedicada al almirante Cervera, de nombre Pascual, jefe de la flota que se enfrentó a la todopoderosa Marina estadounidense en Santiago de Cuba, cuando la guerra del final del XIX. Cervera, víctima de la decrepitud del gobierno de aquel entonces, fue enviado a una suerte de martirio, sabedor de que el combate era tan desigual que lo más que podían hacer los tres cascarones españoles era evitar ser hundidos en los primeros treinta minutos. Ese pasaje ya lo contó Pérez-Reverte en estas páginas y, en su modesta medida, un servidor. La vileza y estupidez del caso estuvo en unas palabras de la muy ignorante y absurda alcaldesa barcelonesa que venían a señalar la conveniencia de retirarle una calle a «un facha». Cervera, un facha. ¿Y por qué llegaría a tal conclusión esta perfecta inútil? Pues, tras los meses pasados, sigo sin saberlo. Tal vez por ser militar, tal vez por hacer la guerra de la forma que le obligaron los estúpidos de sus superiores, tal vez por ser un patriota –como demostró, por ejemplo, en Filipinas–, tal vez… yo qué sé. Entrar en la cabeza de una simple y primaria botarate y perderse en el vacío no lleva a nada.

El caso es que, al cabo del tiempo, la Junta Municipal de Chamberí aprobó poner el nombre del almirante a unos jardines en la ciudad de Madrid. Votaron a favor de la propuesta del PP tanto Ciudadanos como el PSOE. Como era de esperar, los sandios de Ahora Madrid, la gente de Manuela Carmena, votaron en contra con el argumento peregrino de que Cervera no había tenido vinculación con la ciudad, a pesar de haber sido ministro en un gobierno de Sagasta. Se ve que, como Madrid no es puerto de mar, dedicarle algo a un marino no es de recibo –no es broma, que esta gilipollez la he leído yo en alguna parte–, además de, imagino, no querer ser partícipes de un señalamiento de la simple de Colau, compañera de fatigas. De ser ese argumento imprescindible, habría que preguntarse por la vinculación del doctor Fleming con Madrid, más allá de haber salvado de la muerte a miles de madrileños con la penicilina. O del beato Champagnat, ya santo, que jamás pisó Madrid, pero fundó los Maristas, y así cientos de ellos, gente que no tuvo relación con la ciudad, pero que merecen ser recordados por algo desarrollado en su vida. Cervera, un marino español protagonista de una resignada heroicidad que fue honrada hasta por los enemigos que lo batieron, tiene hoy unos jardines después de que la alcaldesa de estos últimos años no haya tenido más remedio que oficializar la decisión de la Junta Local. Merece ser recordado y que su nombre se limpie después de ser ensuciado por una perfecta mediocre que ha llegado, inexplicablemente, a la insospechada cima inversamente proporcional a su estatura intelectual.