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Carlos Herrera  
El Semanal, 29 de junio de 2019
De Ayamonte a Isla Canela

Sepa que el paseo es de unos diez kilómetros muy agradables y que en ambos lugares se puede comer y beber con eficacia

Ayamonte es una de las esquinas de España. Asomado a la desembocadura del Guadiana, es una agradable y blanca población onubense por la que no se pasa: a Ayamonte hay que llegar por una autovía muy mejorable o por una abigarrada carretera llena de encanto, siempre que no se tome en el masificado verano de todas las poblaciones costeras españolas. Saliendo de Huelva, uno recorre Punta Umbría, El Rompido, El Portil, Lepe y Cartaya, Isla Antilla, Isla Cristina, playas y núcleos urbanos con aires pesqueros y, finalmente, llega a las calles de un pueblo blanco que pide pincel y lienzo. Reflejándose en su espejo portugués, mirándose en las aguas de un río que nunca fue más rotundo que en su desembocadura, Ayamonte luce un sereno aspecto de ciudad fronteriza tocada por diversas gracias: su entidad urbana, sus alrededores únicos y no pocas tradiciones de orden artístico y turístico-religioso. Su tradición pictórica arranca de lejos: comprobando cómo Juan Galán, extraordinario artista, completaba un asombroso retrato acrílico en un par de horas, uno se puso a pensar en la riqueza plástica de los nombres propios que han tomado los pinceles como quien toma una batuta para dibujar sinfonías: Florencio Aguilera, Lola Martín, Gómez Feu, los hermanos Gómez Sáenz, y así sin parar, en la estela del valenciano Sorolla cuando pintó en la población La pesca del atún para que formase parte de su colección Visiones de España. Su otro tesoro es el entorno extraordinario de Isla Canela, entre Ayamonte e Isla Cristina, extensión de 1700 hectáreas de marisma, salinas y playas que supone, a todas luces, el gran activo del municipio. Isla Canela es la demostración de que, si se quiere, se puede preservar el litoral de invasiones inadecuadas y se puede combinar progreso en forma de edificaciones equilibradas y respeto al medioambiente. Viendo cómo ha sido castigado el litoral español, resulta sorprendente que Isla Canela no sea una acumulación de ladrillos mal cruzados entre unos y otros. Es, ciertamente, un paraíso de playas portentosas, muy amplias, sin sensación de agobio –cosa bastante común en las playas de Huelva: no son agobiantes–, con la arena blanca y fina, los chiringuitos justos y el núcleo de pescadores de la Punta del Moral para brindarle el aire de salitre y escamas necesario en cada enclave marítimo.

En solo dos días no da demasiado tiempo como para hacerse un listado completo de los lugares a los que acudir a holgar y dar cuenta de los productos locales, que no son solo los del mar. Si se acerca a Isla Canela o a Ayamonte, sepa que el paseo entre ambos centros es de unos diez kilómetros muy agradables y paseables y que en ambos lugares se puede comer y beber con eficacia. En el pueblo me entusiasmó Merkajamón, una abacería con profusión de excelentes jamones colgando y no pocas exquisiteces, como la presa de cerdo fileteada, una hueva de atún que no es tan fácil encontrar (mojama la que quiera, pero hueva no es tan sencillo) y, por supuesto, un jamón en su justo punto de sabor, además de los vinos que usted quiera paladear. Parecido es Ultramarinos Oltra, en el mismo centro, tienda de sabores con patio interior en el que sentarse y abrir cualquiera de las excelentes conservas de la zona. El Choco me pareció una buena alternativa de pescado y marisco, pero me llevé una agradable sorpresa con el Bar Margallo, donde fríen el pescado del día, blanco y sabroso, con particular acierto y con una peculiaridad añadida: uno de los mejores tomates aliñados que he tomado jamás. En cualquier caso, en las animadísimas calles del centro uno se encuentra con terrazas de dos en dos y la tentación de dejarse caer en cualquiera de ellas es difícilmente esquivable.

En el puerto deportivo de Isla Canela tampoco pasará hambre. Antonio V me dio un sabroso arroz negro; El Mentidero, unos panes con atún y bacalao originales y apetitosos; y los chiringuitos de la playa, el Sonrisas por ejemplo, unas sardinas asadas que siempre me hacen confirmar que es el pescado más productivo de todos.

Es un excelente lugar para vacaciones, particularmente asequible, y un buen núcleo urbano para apoyarse en esa esquina de España que, además y por si fuera poco, tiene Portugal a dos brazadas.