artículo
 
 
Carlos Herrera  
ABC, 22 de junio de 2007
El alienígena

La misma nave que lo trajo, por favor, que vuelva a buscarlo y que se lo lleve al lejano planeta del que vino. Ibarreche, ese extraño caso de iluminación mental permanente, ese ejemplar político que consigue caminar sin pisar el suelo, ese hombre de aspecto cordial -lo es, sin excesos innecesarios pero lo es-, trato educado y discurso incendiado, se despidió del presidente, se afiló las cejas y las orejas y se despachó a gusto horas antes de que haya sido intervenido en Ayamonte un coche cargado de explosivos. Tras su paso por Moncloa, el presidente de la CAV tomó el micrófono y describió el panorama como sólo alguien criado en Matrix puede hacer. Vino a decir el lendakari que en España no se respetan los derechos humanos, lo cual, siendo cierto, no lo es desde su óptica separadora. Hay, efectivamente, una parte de España -la única en Europa- en la que no se respetan los derechos humanos, pero es justamente aquella en la que él gobierna. En el País Vasco puedes ser extorsionado, amenazado o muerto por una banda terrorista a la que Ibarreche nunca ha querido enfrentarse y a la que sigue sin querer derrotar. Mediante el viejo cuento del «conflicto» subyacente, este extraterrestre se justifica para no hacer frente a una banda de criminales de la que sigue pareciendo obtener beneficios y a la que considera poco más que un error histórico; ya saben, nueces y árboles.

La misma capacidad escénica que desarrolló cuando hubo de ir a declarar ante el Tribunal Superior de Justicia -con patada en los testículos incluida- podría ponerla en marcha para defender a aquellos concejales que no han podido tomar posesión de su acta por la campaña de terror que ha desarrollado el hijo tonto de Batasuna en diversos pueblos de la comunidad. Ibarreche, si tanto cree en los derechos humanos, debería presentarse con todo su gobierno en Ondarroa para respaldar a ciudadanos electos mediante el voto democrático. ¿En qué lugar de Europa pasa algo parecido? Díganme un solo lugar de la Unión en el que un ayuntamiento no puede constituirse por las amenazas y bravuconerías de la secuela política de un grupo terrorista. Ya, por poner, ni siquiera pasa en Colombia. Pero sí en esta España en la que la clase política gobernante se desentendió de la única política que ha puesto en aprietos a la banda ETA: mediante la aplicación severa de todos los aparatos del Estado de Derecho, las manos de la justicia y de la policía se cernieron sobre el cuello de aquellos que llevan matando en España desde hace cuarenta años. De esa agonía les sacó primero el PNV mediante el Pacto de Lizarra y después el gobierno de Rodríguez Zapatero -muy bien intencionado, sí, lo sé- merced a la negociación con concesiones que abrió poco antes, incluso, de llegar al poder. Y ante ese panorama desolador nos viene Ibarreche a decir que no respetamos a los criminales -debe querer decir que les torturamos- y que hay que negociar una y mil veces sin desfallecer. Justo lo contrario que dice Imaz y justo lo contrario que el Gobierno quiere hacernos creer que dice. Nos hubiera quedado el consuelo de una declaración gubernamental claramente opuesta a la rueda de prensa que ofreció el alienígena después de la larga tarde de cafés y tabaco, pero desde Moncloa sólo se subrayó el refuerzo a la unidad que supuso su paso por los cómodos sofás de palacio.

El dilema para Rodríguez Zapatero no es sencillo, no le envidio. O elige poner en marcha la mano dura que anunció o se queda con la ronda permanente de negociaciones a la que le invita Ibarreche. Es decir, opta por tener como aliado al PP o prefiere pactar con los nacionalistas comprensivos con la base del conflicto. Combinar ambas como hizo Blair sólo es posible si tienes enfrente un Sinn Fein decidido a cambiar el paisaje de la batalla por siempre jamás. Con socios como el de Ajuri