artículo
 
 
Carlos Herrera  
Diez Minutos, 23 de mayo de 2007
Rocío no se merece esto

Los testamentos siempre han dado mucho de sí. Una viñeta extraordinaria de Mingote reproducía a una familia ante el notario y separada de ésta a una imponente y jovencísima viuda enlutada de pies a cabeza; ante la perplejidad de los deudos, la lectura de la última voluntad decía: “…Y a Vicky, que se casó conmigo por mi dinero, le dejo, lógicamente, todo mi dinero”. No ha sido el caso del testamento de Rocío Jurado, pero algunos detalles de última hora evidencian que no todo estaba atado y bien atado.

La chipionera dedicó muchas horas a disponer el rompecabezas de su herencia entre todos aquellos que han formado su familia: una hija mayor, dos hijos pequeños de diferente camada, esposo y hermanos debían recibir en función de lo que dictan las leyes y lo que dicta la libre disposición, y esa tarea puede llegar a ser endemoniada cuando se tienen cosas que repartir. Cuando no se tiene nada no hay problema, pero cuando se dispone del patrimonio de muchos años de trabajo bien remunerado vienen los equilibrios imposibles. Todo estaba más o menos aceptado por las diferentes partes hasta que alguien cayó en el precio de una finca que dentro de pocos años pasará de ser rústica a urbana y multiplicará, consiguientemente, su valor. Ese detalle puede hacer que una familia unida en el dolor pase a ser una familia desunida en el rencor si no se ajustan bien la “legítima” y los otros dos tercios.

La legislación española impide que uno pueda pronunciar esa frase tan teatral de “te desheredo, no recibirás nada de mí”: un tercio de tu fortuna o patrimonio debe de repartirse entre los herederos legales, primero hacia abajo, luego hacia los lados y luego hacia arriba, por mucho que los odies; los otros dos tercios son uno para mejorar a cualquier heredero –a tu hijo favorito, puesto el caso–, y otro para hacer lo que se quiera, por ejemplo donarlo a un amigo o a unas monjitas o al mismo hijo de antes. Imagínense el lío en el caso de la Jurado.

La sangre puede que no llegue al río, que es lo deseable, pero nadie del entorno da garantías de que no vaya a haber desplome de naipes en una familia que a veces parece cogida con alfileres y que en otras ocasiones ofrece el aspecto de un clan unido y consistente. No sería la primera familia que queda tocada para siempre después de desavenencias testamentarias.

Rocío se esforzó denodadamente para que ello no ocurriera, pero un inesperado cabo suelto puede poner en peligro ese deseo póstumo. En memoria de ella, de tan buena y generosa mujer, deberían los afectados evitar un desencuentro que puede ser eterno. Rocío no se merece que ello ocurra.

Pónganse de acuerdo.