Obama se dedica ahora a aquello a lo que tiene derecho: ganar dinero y exhibir su capacidad de influencia en el mundo
Obama, el Santo Negro, es el presidente norteamericano que todo progre -o no progre, me atrevería a decir- le desea a los estadounidenses de por vida. Es verdad que los lugareños de aquel gran país votan de forma autónoma -y en ocasiones inexplicable para los europeos y demás occidentales- y eligen a gente como Trump e ignoran a políticas de cartel progresista como Hillary. Obama, que es un político de notable estatura, verbo ilustrado y pose políticamente correctísima, se dedica ahora a aquello a lo que tiene derecho: ganar dinero y exhibir su capacidad de influencia en el mundo. Cuenta con su cartel progre, que no es poco, y la bendición de la mayoría de la población occidental, que acudirá donde sea necesario para inmortalizarse a su vera y pagarle lo que pida por escuchar sus prédicas. Ha venido a Sevilla, al Congreso Mundial de Turismo, ha dejado algunas generalidades salpicadas en una interesante conversación pública, se ha embolsado una cantidad de dinero indeterminada pero justificada en función del interés que despierta, ha paseado por la ciudad, ha probado algunas tapas y se ha visto con Pedro Sánchez. Para Sevilla, este Congreso es ciertamente atractivo y las palabras de Obama, de curso formal, son un imán de atracción mundial muy importante. Seguramente lo comprobaremos en forma de nuevos visitantes, que para algunos serán incremento de incomodidades y para otros, volumen de negocio. En cualquier caso, que vuelva cuando quiera.
El que no perdió la oportunidad, por supuesto, fue Pedro Sánchez. Tomó su Falcon y se presentó en el Congreso para una charla entre progresistas, en esa francachela que da saberse progre. Así lo dijo Sánchez en un tweet: «Los progresistas sabemos que para hacer frente a desafíos globales, como el cambio climático, se necesitan herramientas multilaterales». Estuvo a punto de darme una subida de azúcar ante la belleza innegable del mensaje. En primer lugar: resultaría incomprensible que dos progresistas se reúnan para lo que sea y no aborden el cambio climático, aunque no tenga nada que ver con el marco general de la reunión. Un buen progre debe estar siempre dispuesto a verbalizar alternativas para abordar uno de nuestros grandes problemas reales. Faltaría más. En segundo lugar cautiva hasta deslumbrar la disposición para la síntesis de la que hacen gala los grandes líderes, capaces de abordar en veinte minutos lo que Sánchez llama «herramientas multilaterales» y que no son más que consideraciones varias sobre: igualdad de género, estrategias para el equilibrio de derechos de la mujer, perfil de las mujeres del siglo XXI, empleo juvenil para jóvenes, el problema añadido para ellos del acceso a la vivienda y, por supuesto, la disposición de los países como España para afrontar el desafío del calentamiento global. Qué tíos. En veinte minutos. Descontando el hola y el adiós, el qué tal están los niños y el qué buen día hace hoy, quedan dieciséis. O a lo mejor es que tal como se abre la puerta, el que entra estirando el brazo va diciendo a la vez: «Yo creo que hay que optimizar políticas para que los jóvenes puedan emanciparse de los padres». Y que al levantarse, mientras sale por la puerta, el otro acaba de decirle: «No dejes de contemplar políticas de equiparación entre hombres y mujeres».
O no. Puede que, incluso, no sea cierto lo que dicen que hablaron, porque según veo en los diferentes comunicados, unos dicen que hablaron de unas cosas y otros de otras. Esto suena a que «dos líderes progresistas planetarios tienen que hablar de empleo juvenil, que les pega, así que ponlo en la relación». Se dijeran lo que se dijeran. Igual todo giró en torno a una pregunta curiosa de Sánchez: «¿Barack, tú tienes que explicar a quién subes en tu Falcon?».