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Carlos Herrera  
El Semanal, 16 de marzo de 2019
El viejo zorro de Forsyth

Sé que no habrá de defraudarme, a diferencia de algún otro grande que se dejó caer por la rampa resbaladiza de la mala literatura

COMPRAR EL LIBROEncontrarse en los estantes de una librería con un nuevo libro de Frederick Forsyth es un motivo suficiente como para considerar que el día ha valido la pena. Ocurre cada vez más de cuando en cuando, de forma más espaciada, pero sigue ocurriendo y provocando en sus seguidores una indisimulada alegría. Reconozco que estaba sobre aviso, ya que la edición inglesa fue comentada en algunos medios, pero esa tarde de espera de aeropuerto viró en una indudable y sanísima distracción gracias a hacerme con un ejemplar de El Zorro, su recién estrenado libro (Plaza y Janés). Tengo puesta en Forsyth, siempre, la confianza absoluta: sé que no habrá de defraudarme, ya que nunca ha ocurrido algo así, a diferencia de algún otro grande que se dejó caer por la rampa resbaladiza de la mala literatura y empezó a deshacer su gran nombre con trabajos farragosos, voluntariamente indescifrables y llenos de pretendidos cultismos en clave. Léase Le Carré, por ejemplo. Forsyth no disimula: su relato es periodístico, inteligible, vigoroso, ágil y desnudo de adjetivación innecesaria, de adornos superfluos. Y las tramas son thrillers políticos con todas las de la ley.

En esta ocasión, digo, acaba de publicar El Zorro. Algunos podrán colegir que forma parte de su obra menos ambiciosa, siendo un ejemplo de esta última El puño de Dios, una obra maestra del relato de hechos contemporáneos, relacionados con la invasión de Kuwait y el conflicto internacional de los primeros 90. Tras ella, pareció que Forsyth hubiera querido aligerar algo los procedimientos y escribir de forma algo más rápida. Las historias que siguieron no tuvieron quizá aquella envergadura, pero fueron todas ellas excelentes, como lo es esta historia basada en el caso de Gerry McKinnon, un británico de 39 años que a principios de siglo fue acusado de intervenir desde el ordenador de su casa del barrio londinense de Wood Green una serie de instalaciones secretas norteamericanas. Durante el juicio al que fue sometido, Forsyth se preguntó si no era mucho más práctico aprovechar el talento de ese tipo y ponerlo al servicio de los intereses nacionales a cambio de una sólida remuneración. Es lo que viene a narrar en esta nueva novela: el caso de un adolescente con síndrome de Asperger endemoniadamente hábil en el uso de los ordenadores, con una capacidad absoluta para acceder a las redes más exclusivas, secretas y protegidas del mundo.

Forsyth está familiarizado con el relato de espionaje porque lo practicó en su juventud, habiendo trabajado para el MI6 en destinos en los que trabajaba como periodista, fueran Sudáfrica, Rodesia, Biafra o Alemania Oriental. Tiene, por demás, una buena oficina llena de especialistas en diversas áreas que le suministran datos exactos de aquello sobre lo que necesita narrar, sean armas, unidades de los Ejércitos o estructuras de diversos gobiernos. De fondo, en El Zorro yace la exultante capacidad de Putin de inmiscuirse en los pormenores de Occidente a través de sus diversas armas y la forma de combatirlo, en este caso, mediante el uso ficticio de los servicios de inteligencia (si quieren adentrarse en el relato pormenorizado y real de estas cuestiones les recomiendo El camino de la no libertad, de Timothy Snyder). Viene a asegurar Forsyth que, años atrás, a los Putin del mundo se los podía combatir teniendo un ejército mejor que el suyo. Ahora no es tan sencillo: las naves de guerra en el mar Negro podrán ser importantes, pero no son definitivas. El relato de la realidad es igualmente trascendente: es preciso convencer a su población de que la suerte de su presidente está en tener un subsuelo lleno de gas y de petróleo, pero no en la capacidad de crear cosas útiles para sus ciudadanos. ¿Alguien compra aviones, medicinas, coches u ordenadores rusos? Incluso para vender armas tiene que regalarlas. Divulgando esos mensajes, manejando redes abiertas o cerradas mediante inteligencias privilegiadas se combate a elementos como Vladimiro de forma tan eficaz como con amenazas balísticas. En El Zorro, evidentemente, hay buenos y malos, pero subyace parte de esta pincelada en un desarrollo trepidante y atractivo marca de la casa. Vuelve a ser como en otras obras: tomar el libro entre las manos y no soltarlo.