artículo
 
 
Carlos Herrera  
Diario Sevilla, 8 de abril de 2007
La ciudad de las personas

Un día de éstos llegará un turista pidiendo daños y perjuicios a la Consejería de Turismo de la Junta de Andalucía por sentirse engañado a la hora de haber elegido la ciudad de Sevilla para pasar sus vacaciones. Andalucía presume de ser una de las comunidades españolas de referencia a la hora de promocionar su turismo. No parece ser mentira. Los hoteles están a rebosar, pero sería interesante preguntar a su regreso qué imagen se llevan de “la ciudad de las personas”.

Hace un año que el renovado logotipo turístico andaluz recorre medio mundo con su canto de sirena.

Dicho logotipo, lleno de colorido y modernidad, va acompañado de una serie de sinónimos que definen a una Andalucía irreconocible: luminosidad, fuerza, entusiasmo, vida, innovadora, imaginativa ¿En quién estarían pensando los expertos para calificar así a Sevilla?  Tampoco las fotografías que se cuelgan en las páginas promocionales de internet corresponden a la realidad. Al caminar por Sevilla cada vez se ven menos calles empedradas, menos buganvillas o gitanillas en los balcones, menos paredes encaladas y, lo peor, se le encuentra el doble sentido a la letra de la popular canción que tanto orgullo nos dio: “Sevilla tiene un color especial”. Y un olor especial, y no precisamente a azahar. Lástima.

Sevilla es una ciudad sucia, desordenada y crispada, lo que se manifiesta nada más llegar a su aeropuerto, justo donde termina la campaña de turismo y empieza a verse la realidad. Los aviones vomitan centenares de viajeros de todo el mundo que tienen que sobrevivir a una gimkana nada más recoger su  maleta. El caos es la tónica hasta el final de sus vacaciones. Los extranjeros viven la primera decepción cuando tienen que coger un taxi. Para ello han de enfrentarse a una cola similar a las que se forman en la madrugada de la Feria de Sevilla para regresar a casa. La cola es interminable, lenta; el desorden de gentío, incontrolado; los carritos de las maletas están desperdigados. Pillar un taxi libre provoca la celebración comunitaria y otra similar que te deje en la puerta de tu hotel o de tu casa: ya sabemos que los taxistas advierten a los turistas de que les llevarán “hasta donde la policía les pare”: o sea, hasta la Avenida. El caos circulatorio alcanza los niveles del distrito centro de México o Roma, los límites de velocidad no se respetan, se vive un daltonismo social ante los semáforos y se cede el paso a quien circula en dirección contraria. Las bolsas de plástico, papelillos y hojas de los árboles se arremolinan en las esquinas y la presencia de contenedores es repulsiva. En efecto, Sevilla tiene un color especial. El gris. ¿Es tan difícil tener limpia y ordenada una ciudad?