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FORO DE ERMUA. Mikel Buesa anuncia las medidas judiciales que van a adoptar contra la ilegalizada Batasuna. / EFE | Ambas empiezan y acaban por la misma letra, pero tienen significados políticos muy diferentes. Ermua significó la rebelión contra la dictadura nacionalista, contra el miedo impuesto por los terroristas y sus amigos, y a Estella, pobre mía, le cargaron en su historia haber servido de marco para el pacto entre terroristas y nacionalistas con el fin de lograr la independencia del País Vasco y la anexión de Navarra. Curiosamente, el tiempo ha llevado a que el primer espíritu quede fuera de uso y el segundo recobre vigencia.
El consistorio vizcaíno ha exigido que el Foro Ermua deje de utilizar el nombre de la población por ser un grupo de individuos que «criminalizan el diálogo» y que defienden «intereses bastardos». El Foro, por supuesto, se ha negado. Quien representara en primera persona el dolor y la valentía durante aquellos terribles días de julio, el alcalde Carlos Totorica, es el primer firmante de la invectiva. ¿Tanto ha cambiado el Foro? ¿O, por el contrario, lo que se ha movido es el resto? Tengo la impresión de que un velo de miseria política y moral recubre la connivencia de socialistas y nacionalistas en el consistorio vasco -sí, y de un tonto del PP que pasaba por allí, ya lo sé-. Cuando dicen denunciar la criminalización del diálogo quieren decir, en realidad, que lo que no les gusta es que criminalicen a los criminales. Eso ya no va con los tiempos.
Los criminales se sientan a la mesa de la negociación y nadie debe -y mucho menos con el nombre del pueblo de Miguel Ángel- perturbar la atmósfera de acuerdos posibles. Ahora se trata de no molestar: unos, los nacionalistas, atisban la posibilidad de salirse finalmente con la suya y otros, los socialistas, la de perpetuarse del poder, aunque sea cediendo en los aspectos fundamentales que tanto decían defender años atrás. Ahora mismo, recordar a Miguel Ángel Blanco no es conveniente, ya que hoy que el criminal parece bizcochable. A la par que languidece ese espíritu inolvidable, esa fuerza social que arrinconó a los auténticos bastardos de la historia, reverdece el espíritu del Pacto de Estella, o mejor, de Lizarra. Aquél contubernio consistió, como deberíamos recordar cada día de nuestras vidas, en construir un aeropuerto ideal para que aterrizasen las aeronaves terroristas: establecemos un pacto en el que creamos las bases reivindicativas elementales y negociamos con el Estado mediante la presión de una tregua (trampa). El pacto se desdibujó en cuanto comprendieron unos y otros que el Gobierno de turno no iba a ceder ni un ápice.
Pero los tiempos han vuelto a girar. Muere Ermua, luego puede renacer Lizarra. Con una diferencia: ahora los socialistas gobiernan y no hacen ascos a sentarse a la mesa, como los hicieron cuando estaba Redondo Terreros. Afortunadamente, entre Rodríguez, «El País» y Cebrián se lo quitaron de en medio y dejó de estorbar en este nuevo amanecer. Ahora cabe un diálogo en el que no deben molestar los tocacojones de Buesa, Ezquerra, Aguirre y compañía. Hasta Totorica está en esa operación: la coyuntura es otra y para ella no valen las proclamas de higiene y dignidad que se manejaron en el año 97; es el momento de establecer pautas de beneficio común y olvidarnos de los muertos, que tanto pesan cuando uno se sienta en una mesa con ellos a la espalda.
No ha cambiado el Foro. Se aferran a la revolucionaria manía de seguir defendiendo l
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