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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 5 de abril de 2007
¿A favor o en contra de la «Patakymanía»?

Se me escapa un tanto de la comprensión el proceso de conversión de Elsa Pataky de aprendiz de actriz en películas de Garci o de pobladora de los cientos de “castings” de modelos de cualquier publicación a esta especie de “Bien de Estado” en la que finalmente parece haberse transformado. No seré yo quien discuta sus virtudes, pero sí quien pregunte si esta “Patakymanía” está absolutamente justificada.

Con motivo de las recientes fotos del derecho y del revés –por las que tanto van a ganar “Elle” e “Interviú”– se ha abierto un foro permanente de comentarios sobre la actriz en el que lo menos que se ha dicho es que es el nuevo símbolo sexual de Occidente. Seductora como pocas, por lo que se ve, ha transformado su sonrisa en una permanente lección de erotismo aunque vaya vestida de encajera de Almagro. Este curioso pasaje fotográfico en las playas de Cancún es un ejemplo de cómo alguien con tirón puede hacer que todos resulten beneficiados de un asunto polémico: ella ha lucido un palmito muy correcto, sus seguidores aún están con la excitación puesta, la agencia ha amortizado con creces los gastos ocasionados por seguirla a sol y a sombra, las revistas se han vendido y se venderán como rosquillas y la empresa a la que Elsa cede la imagen por contrato va a ver multiplicada su efectividad.

Con todo, la joven ha preferido decir la frase de manual que resulta imprescindible en estos contenciosos: “He puesto el caso en manos de mis abogados”. Nótese que en éste se cumple de nuevo la norma elemental: nunca se tiene un abogado, se tienen muchos, de ahí el plural. Y ha pronunciado otra que llama a la reflexión: “En ocasiones, es duro ser yo”. Ambas merecen un sereno debate: lo de las fotos robadas tiene su qué, pero da la impresión de que no va a llegar muy lejos, y lo de la dureza vital es fácilmente frivolizable.

Seguramente no es cómodo sentirte vigilada por miles de ojos ni perseguida por unos pelmas con objetivos fotográficos, pero la reconversión de su cuerpo en uno que la transforme en la mujer más deseada de España comporta la incomodidad del interés colectivo. También es duro no interesarle a nadie, máxime cuando eres actriz, modelo o lo que seas y pretendes triunfar en un mercado enormemente competitivo.

A sus treinta años, novia de un afamado actor internacional y en la cúspide de la fama doméstica, debe entender que todo camino hacia el éxito está entrecruzado de higos chumbos o de ortigas irritantes.

Todas ellas sorteables con un mínimo de prudencia; cosa que creo, a pesar de todo, que no le falta.