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Carlos Herrera  
ABC, 24 de marzo de 2007
Díganme que no

No hay nadie tan idiota como para redactar un acta de sus reuniones y acuerdos con ETA y, además, firmar el papel y guardar una copia en lugar seguro... ¿O sí? No, seguro que no. Un Gobierno en sus cabales no envía a nadie a sentarse con Ternera con el mandato de que firme lo acordado y de que pase tres copias a los ministerios afectados. Eso no se le ocurre ni a Carmen Calvo.

Diga lo que diga ese macaco de Pernando Barrena no estamos en disposición de creernos que hay alguien tan estúpido en el Gobierno de España de pedir los justificantes del taxi de Oslo que les llevó del aeropuerto al restaurante en el que decidieron los aspectos fundamentales de la tregua mojonera decretada por la banda de asesinos. Mucho menos aún de pedir la fotocopia del carné de identidad de los presentes y adjuntarlo al pliego de acuerdos. No me lo creo.

Pero, aún así, me asalta la duda de que pueda ser cierto: ¿será verdad que son tan sumamente tontos del culo de firmar un papel en el que se comprometen, en nombre del Gobierno de España, a tal o cuál cosa?

De ser así, además de confirmar que estamos en manos de una banda de merluzos, estaría justificada la melancolía que crea el sabernos gobernados por unos muchachos que no han aprendido nada de treinta años de lucha contra el terrorismo nacionalista vasco. Durante este tiempo los etarras han sido los mismos y su estrategia ha sido pareja: las mismas exigencias y las mismas técnicas. De este lado, en cambio, cada Gobierno ha utilizado prácticas distintas y ha procurado evidenciar las diferencias para que a nadie le quepa la menor duda de que se trata de otra gente.

Cada Gobierno ha querido empezar de cero, diferenciarse, no parecerse en nada al anterior. Todo Ejecutivo ha soñado con convertirse en el que acaba con la serpiente y para ello se ha plantado delante de la ciudadanía asegurando tener la clave para convencerles de que hay que dejar de ser malos chicos. Se han hecho varias cosas: intentar seducirles con la reeducación social, combatirles con sus propias armas, acosarles con un frente jurídico-policial o negociar en horas bajas la entrega de su causa a cambio de determinadas prebendas políticas. Funcionar, lo que se dice funcionar, sólo funcionó la primera con la rama político-militar (aquellos eran otros tiempos) y la tercera cuando un Gobierno decidido y unos jueces en estado de firmeza decidieron apretar las tuercas sociales y policiales y poner a la banda contra las cuerdas. Lo demás, al menos hasta ahora, no ha funcionado.

En cuanto la banda ve el asomo de un Gobierno con ansias de pasar a la historia va y le mete el pico de la muleta: el Gobierno embiste y la banda torea. En la sesión de toreo correspondiente a esta faena de aliño hemos llegado al punto en el que una banda de asesinos facinerosos tiene el control de los tiempos. Y los ciudadanos no merecemos eso: el Gobierno entregado y los terroristas controlando la lidia, un presidente ensimismado con la idea de domeñar a la bestia y una bestia chuleándole ante la opinión pública. De no ser así, de ser que el Gobierno tiene controlada la situación y acepta el trago de permitir que la opinión pública crea que le marcan los tiempos es que estamos ante unos estrategas descomunales. Viéndoles la cara, la verdad, cuesta de creer.

Que una partida de delincuentes criminales como la que representan los Otegui, Barrena y demás chusma se permitan recordarle a un Gobierno democrático -bobo, pero democrático- que no está cumpliendo sus acuerdos después de bajarse los pantalones del culo del fiscal general como lo ha hecho el Ejecutivo de Rodríguez es, cuando menos, motivo de desconsuelo. Alimente y libere usted a De Juana, blinde usted a Otegui, garantice a Batasuna el suministr