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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 22 de marzo de 2007
Eugenia, el hilo que une a los Martínez-Bordiú

Dos nacimientos seguidos a los que debo dedicar comentario. Mejor que dos entierros, obviamente. Quien ahora nace es hija de sus padres, nieta de su abuela, bisnieta de su bisabuela y tataranieta de Franco y de Alfonso XIII. Sus padres son una joven venezolana que en su día fue objeto de uno de los panegíricos más divertidos jamás leídos –muy de realismo mágico a caballo entre lo inocente y lo cursi– y un hombre joven al que la vida le ha dejado escrito en la cara la mímica de la tristeza inevitable. O quizá de una timidez mezclada con temor que le hace mirar hacia el suelo cuando alguien lo mira a él. Tiene sus razones. La vida de algodones no siempre es garantía de felicidad, ya sabemos, y en este caso, por demás, la tragedia y la soledad le han pasado facturas en forma de cicatrices en el gesto.

La abuela es quien es y va de sus bailes a sus exclusivas como antes iba de su matrimonio absurdo a su marcha al París de los anticuarios, del París de los anticuarios a la Italia de los arquitectos y de la Italia de los arquitectos al Santander de los mocetones. Los arrumacos públicos de cariño con su hijo varón nunca han sido lo que se dice abundantes y la boda santanderina acabó de fracturar la normal relación entre dos personas adultas que ya son mayores para hacer lo que crean conveniente. Total, lo esperado: el cántabro marido no ha sido llamado al júbilo del conocimiento de la nieta y la abuela ha sido acompañada por la bisabuela, que goza de gran predicamento en la pareja.

Vienes tú y de chiripa”, parece haberle dicho el hijo a la madre en un gesto un tanto vacío de la grandeza que se le debe suponer a un aspirante al trono de Francia. Un hijo es un buen momento para poner los contadores a cero y dejarse de abismos insalvables, y para enterrar –o disimular– las pendencias pasadas, por muy justas que éstas hayan sido, distancia, desentendimiento y todo eso. No obstante, al paso al que parecen ir las cosas, antes será rey de Francia el padre de la criatura que conocerá a la nieta de su mujer el santanderino efusivo. Y mira que tiene complicada la tontería esa de los legitimistas franceses, que tienen menos futuro que Pinocho con termitas.

En fin, cómo pasa el tiempo: aquella jovencita que se casó en El Pardo con un príncipe silencioso pero con ambición concreta ya es abuela. Nos estamos haciendo mayores. ¡Si hasta la infanta Leonor ya camina de la mano de sus primos! Cualquier día vemos a la recién nacida vestida de traje largo venezolano –háganse una idea– acompañada por un padre que tal vez ya haya aprendido a sonreír en público.