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Carlos Herrera  
El Semanal, 13 de enero de 2019
La casa de Manolete

En aquella España empobrecida y arrasada por la Guerra Civil, el diestro cobraba cerca de doscientas cincuenta mil pesetas por corrida

Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, llegó a vivir poco en la casa de la avenida Cervantes, número 10, de Córdoba. El Monstruo, en realidad, vivía en su permanente gira por los cosos de España y América, cambiando pase a pase la historia del toreo y amasando una considerable fortuna: en los años cuarenta, en aquella España empobrecida y arrasada por la Guerra Civil, el diestro cobraba cerca de doscientas cincuenta mil pesetas por corrida, con lo que podías comprar un edificio entero en Madrid, por ejemplo. En México, al cambiar de dólares a pesetas, le habían pagado un millón por una tarde, la cantidad que podía costar una finca de mil hectáreas en los alrededores de Córdoba. Esa espectacular carrera hacia la riqueza más absoluta la cortó un toro de Miura en Linares, como ya sabemos, y una transfusión de suero en mal estado, como no todos saben. Manolete quería retirarse de los toros esa misma temporada del 47, pero Islero le truncó los planes.

La casa de Manolete, que hoy se sigue manteniendo en pie, fue construida por Ortega Munilla, padre de Ortega y Gasset, poco antes de acabar el siglo XIX. Quedaba cerca de la plaza de Los Tejares, antigua plaza de toros (hoy, El Corte Inglés), y en ella pasó veranos el filósofo de la España invertebrada. Luego fue vendida a Cruz Conde, el alcalde cordobés, y finalmente fue adquirida por Manolete en el 42 para que vivieran ahí su madre y sus hermanas. Doña Angustias, su progenitora, sobrevivió 33 años a su hijo y residió en esa casa hasta su muerte, en el año 80. Después, la familia la vendió, pasó a manos de una constructora, cayó en el olvido y finalmente el empresario de la comunicación Antonio Carrillo se hizo con ella con la intención de rehabilitarla.

Estos días cordobeses que me regalo de vez en cuando (mis paseos por El Churrasco, Juan Peña, Puerta Sevilla, Casa del Pisto, Taberna Salinas, Mesón Bravo, Bodega Guzmán, El Bandolero...) me han permitido entrar en la casa del genio del toreo. De la mano de Juanjo Ruiz, creador de La Salmoreteca. Juanjo es uno de esos emprendedores natos, atrevidos, con talento y ganas de los que dispone esta tierra. Ha creado desde cero una imaginativa empresa a base de las más variadas recetas de salmorejo que uno pueda imaginar, que distribuye a medio mundo y que sirve personalmente en el Mercado Victoria de Córdoba y el Mercado del Barranco de Sevilla. Ahora, Juanjo quiere hacer de la Casa de Manolete un bistró y restaurante rehabilitando de arriba a abajo el inmueble. Lo ha alquilado por 25 años, se ha metido en obras y quiere respetar lo que fue la casa del hombre que asombró al mundo y que entró en la leyenda el día en el que su ataúd salía a hombros por los escalones de su entrada regia y señorial. Puedo asegurar que impresiona para los amantes de las leyendas del toreo entrar en el dormitorio del diestro o sentarse como él al borde de la fuente del patio, asomarse a la barandilla de la salida trasera o perfilarse, como él lo hacía, en la azotea desde la que entonces se veía la antigua plaza de toros.

Manolete, siempre serio, elegante, repeinado, me lo mostraba Juanjo en las fotos que maneja en su móvil y en los escenarios que ahora está rehabilitando con mucho esfuerzo y muchísima más ilusión. Cuando finalice las obras y pueda abrir al público lo que será una casa de comidas y un patio de copas a la altura de la calidad de Córdoba, usted estará entrando en una suerte de templo en el que pensaba retirarse el torero, siempre que su madre no pusiera demasiados reparos a su historia de amor con Lupe Sino, que los puso, al igual que hicieran Camará, su apoderado, y algún amigo cercano. Enhorabuena, querido amigo Juanjo, y que toda la suerte esté contigo.