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Carlos Herrera  
Diario Sevilla, 11 de marzo de 2007
Por su libertad

En algún lugar del mundo, más allá de la frontera enmarcada en esta torre de palabras, existe una habitación donde una mujer está sufriendo el horror de la inhumanidad por una injusticia. No está sola, aunque me fije sólo en ella. Su cuerpo, mugroso por la basura que encama el suelo, se enreda entre cientos de piernas, brazos, bocas, alientos, sudores, voces, pelos, toses, convulsiones, enfermedades, fiebres, diarreas de muchas otras mujeres encerradas en una misérrima cárcel etíope de Kaliti.  Esa habitación ni siquiera alcanza la descripción de ‘celda’. El zinc que forra las paredes no abriga del frío negro, mucho menos les refresca de la amenaza viscosa de un sol obeso. A pesar de ello, Serkalem no ha perdido la dignidad en su cara abatida contra el suelo, desde donde ve el horizonte de una vida en horizontal. Sus ojos treintañeros de mirada centenaria no tienen más perspectiva que los montes de carne que la aplastan. Con su mejilla pegada al suelo, busca, callada, la esperanza. Y la busca donde sea; en quien sea.

Llevo clavados sus ojos exánimes en mi pecho. Serkalem me dice con ellos que estaba embarazada cuando fue detenida en 2005. Que dio a luz en la cárcel y que ahora su hijo está al  cuidado de unos conocidos, pero que le ve poco. Me dice esta mujer periodista que la encarcelaron a ella, y a su marido, dueño de varios periódicos, por  haberse hecho eco de las revueltas callejeras que protestaban contra un gobierno abusivo que no respetó la elección de un pueblo. Podrían condenarle a muerte. Todo un rosario de horror es el que se vive en esa celda de zinc superpoblada de infamia y dolor. Esa celda cuyo techo de uralita es un imperceptible punto sin brillo en la superficie de la Tierra visto  desde el cenit de la Galaxia.

¡Qué inmenso es el mundo! Etiopía, Ruanda, China, Birmania, Cuba, Túnez, Eritrea, Siria, Turkmenistán o Irán me hablan con sus luces. Luces sin luz de uralita. Techos de cárceles repletas de ignominia. Es la palabra, nuestra voz, la que va encendiendo esos pequeños puntos de otros techos, de otras cárceles escondidas de nuestra imaginación y de la información, en las que sobreviven gentes inocentes detenidas y amenazadas de muerte por hablar en voz alta, contar la verdad de los pueblos oprimidos. En efecto, nos quedan muy lejos, pero estas palabras pretenden ser un cordón umbilical entre una realidad depravada y la pura literatura.

Que la información y el conocimiento público iluminen esos cientos de techos de uralita y paredes de zinc donde están retenidos los periodistas inocentes. Que nuestra palabra otorgue brillo a esas luces matizadas y ocultas por la represión. Que la Tierra sea la Galaxia de la verdad y los puntos de luz se conviertan en estrellas de la libertad.