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Carlos Herrera  
El Semanal, 26 de julio de 2004
Un máster en televisión

Cualquier mohín parece un ademán y todo gesto debe ser mesurado.
 
Dos expertas periodistas sevillanas han tenido la emprendedora idea, única en Europa de esas características, de enseñar a hacer televisión a jóvenes licenciados o estudiantes de Ciencias de la Información –también, tengo entendido, a profesionales debutantes, por ejemplo, en televisiones de carácter local–. En consecuencia, han diseñado un máster de nueve meses de duración en el que han enseñado a hacer lo que normalmente no se sabe hacer hasta que la experiencia te ha mostrado cómo, problema muy de todos los que alguna vez nos hemos puesto delante de las cámaras. Siempre hubo un primer día y, al menos entonces, parecía aterrador; ahora, dígase, hace televisión incluso quien no debe hacerla y todo parece haberse relajado mucho. Sin embargo, hay muchos resortes que debe conocer quien quiera ser algo o alguien delante de una cámara: cómo preparar diversos programas, cómo confeccionar un buen informativo, cómo desenvolverse en situaciones límite, cómo escribir para televisión, cómo moderar un debate, cómo quitarse miedos y ganar aplomo, cómo sacar partido de su imagen, cómo elaborar reportajes de calle… Conservo mi primera aparición en televisión –una entrevista colectiva al recién electo Jordi Pujol– y no puedo por menos que verme con condescendencia, pero con espanto: parecía un molino de viento agitando brazos y adoptando posturas retorcidísimas que hacían olvidar inmediatamente, incluso, las preguntas. Menudo horror.

Los que han seguido el máster durante este año, en cambio, habrán sabido, de entrada, que la televisión es una magia de no excesivamente fácil hechura: cualquier mohín parece un ademán y todo gesto debe ser mesurado por un dispositivo oculto en alguna parte de nuestros adentros, la sonrisa de un presentador de informativos, por ejemplo, no puede ser la de un conductor de concursos, los nervios nunca pueden hacerse patentes y el exceso de protagonismo en el relato de una noticia es aún más contraproducente que el apocamiento ante las cámaras. Que eso se pueda aprender dentro de un plató con la tranquilidad de que nadie te está viendo más que tu profesor, resulta materia ciertamente envidiable.

Ningún medio ha experimentado tanta perversión en las formas como el televisivo, universo en el cual se machaca el lenguaje y se descomponen determinadas verticalidades, pero ningún otro tiene el poder inmediato de convertir los panes en peces y de lanzar como un cohete a sus hacedores. En la televisión, al contrario que en la radio o en la prensa escrita, un sujeto pasa a ser un objeto observable de la noche a la mañana y si, además, lo hace bien, suele concitar no pocas admiraciones profesionales. Nada quieren más los programadores de televisión, bien sea de entretenimiento o de informativos, que tipos solventes que lleguen con su oficio bien conocido. De ahí parte la idea de este máster que dirige Lola Álvarez, la periodista más laureada de Andalucía: acercar a los periodistas del inmediato futuro toda la información y la técnica para ser algo más que bustos animados. Muchos profesionales hemos sido invitados a impartir algunas clases a este serio máster que mucho nos llamó la atención, y tanto en mi caso como en el de mis compañeros –Ignacio Salas, Mercedes Milá, Olga Viza, Luis Mariñas, Valerio Lazarov, Pepe Ribagorda, Montserrat Domínguez y no pocos más– nos percatamos de que el futuro del medio está lleno de esperanzas con nombre propio, que no todo van a ser monstruos de desecho rebotados de programas de encierro o personajillos ajenos a la profesión inoculados por el artículo veintiséis. El ICA, Instituto de Comunicación Audiovisual –954 460 401–, moldea esas necesidades y enseña lo que se debe saber, desde trabajar con una cámara con autocúe hasta hacers