Un puñado de políticos afectados por una severa estulticia lleva años analizando la historia de hace cinco siglos con criterios del siglo XXI
Se dice que en la última visita que Chávez (Hugo) realizó a Buenos Aires le espetó a Cristina Kirchner, por aquel entonces presidenta de la República Argentina: «¿Qué hace una estatua aquí de este genocida?», en referencia al conocido monumento a Cristóbal Colón que se encuentra en las inmediaciones de la Casa Rosada. Tenga o no algo que ver, lo cierto es que al poco tiempo la estatua de ese parque fue desmontada y almacenada en alguna parte de la ciudad sin que, por el momento, haya sido recolocada donde decían las autoridades que la iban a plantar. En la ciudad de Los Ángeles, como sabemos, un movimiento impulsado por un peculiar concejal llamado Mitch O'Farrell ha conseguido remover una estatua del marino genovés (si es que era genovés) con el argumento de que era, efectivamente, un genocida y que abrió el camino para que conquistadores depravados y desalmados acabaran con la vida y costumbres de los primitivos pobladores de aquellas tierras.
En Nueva York cada año crece la polémica acerca de la celebración del Columbus Day, una fiesta con desfile incluido que viene celebrándose desde hace décadas por impulso, fundamentalmente, de la comunidad italiana de la ciudad, numerosísima y bien organizada, como sabemos. El propio alcalde, Bill de Blasio, es de ascendencia italiana y se siente entre la espada y la pared: como buen progre de pacotilla se deshace pensando en cambiar ese desfile por otro de solidaridad con los indígenas víctimas de los viajes de Colón (dándose la circunstancia de que Colón jamás pisó territorio alguno de lo que hoy son los Estados Unidos), pero como hijo y nieto de italianos teme que se lo echaran en cara en forma de papeletas. La estatua del intrépido marino en Columbus Circle es objeto de iras de algunos colectivos minoritarios que piden su retirada, mientras que la que se encuentra en el interior de Central Park ha sido víctima de no pocos ataques con pintura y demás. Charlottesville, en Virginia, inauguró la costumbre de ventilarse la presencia del almirante y luego siguieron otras, desde Seattle a Denver. El estado de Vermont retiró de su festividad el Día de Colón para sustituirlo por el de los Pueblos Indígenas o el de la Resistencia Indígena, que ya no me acuerdo. Y así.
Sin necesidad de salir de España, un puñado de representantes políticos afectados por una severa y colectiva estulticia lleva años analizando la historia de hace cinco siglos con los criterios del siglo XXI. Así hablan también de instaurar el Día del Pueblo Indígena en lugar de la fiesta de la Hispanidad, como en América, donde algunos países han ido haciendo desaparecer el 12 de Octubre. La muy sandia e ignorante alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, retiró de una plaza la estatua y el nombre del marqués de Comillas acusándole de esclavista ¡doscientos años después de su nacimiento! Si la revisión de la Historia se deja en manos de quienes creen que no se hicieron las cosas siglos atrás con los cánones de conducta social de hogaño y que eso es condenable, entonces jamás seremos capaces de establecer un relato verídico y equilibrado de las cosas. Ganar batallas setecientos años después no sirve absolutamente de nada. Colón, fuera o no el primero en llegar a aquel continente, fue un visionario, un audaz marino, un arriesgado viajero hacia una incógnita, un hombre de su tiempo y un incansable defensor de su proyecto, que no le compraron las Coronas de Inglaterra o de Portugal, pero sí los Reyes Católicos: trazó una ruta, se metió en tres ‘cascarones’ y descubrió un continente. Y cambió el mundo. Y los españoles que llegaron después cometieron, lógicamente, las barbaridades que se cometían en aquel entonces, pero se mezclaron con la población y ahí siguen sus descendientes. Peor suerte corrieron aquellos indígenas que fueron arrasados por los antepasados del cretino de O’Farrell, dotados de una eficacia demoledora: no dejaron ni uno.
Desmontar a Colón no es solo desmontar a Colón. Podemos saberlo bien si observamos, por ejemplo, quiénes son los que lo intentan dentro de España: revolucionarios mamarrachos que aspiran a borrar pasados recientes que han valido reconciliación y progreso. Colón no fue, ni mucho menos, un genocida. Pero quienes le acusan de ello sí que son un puñado de imbéciles.