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Carlos Herrera  
El Semanal, 4 de mayo de 2003
El edén de Jaén

Tengo por seguro que cada uno de ustedes sería capaz de elaborarme un rápido catálogo de razones que definieran de forma aproximada el manido concepto de 'calidad de vida'. Sin embargo lo que para unos se fundamente en suficientes equipamientos culturales para otros se basará en un sólido paquete de tradiciones sociales o en una variada oferta de bares y chamizos, o en una completa red de equipos sanitarios, o en una diversificada malla de transportes públicos, o vaya usted a saber en qué. Un estudio de La Caixa -entidad formal y seria de por sí- provocó involuntariamente no poca hilaridad cuando determinó sesudamente que la población gaditana de Sanlúcar de Barrameda era la que, según sus indicadores, disponía de peor calidad de vida; la carcajada llegó hasta Barcelona y al pobre del director de la magnífica oficina local de dicha caja le costaron no pocas explicaciones convencer de lo contrario a quienes estaban dispuestos a retirar los fondos de sus cuentas.

Para unos, como digo, la calidad de vida está en el tamaño de las ciudades: lo suficientemente grande como para que haya de todo, pero lo suficientemente pequeña como para que el agobio estructural no le ahogue; para otros resulta imprescindible que una población disponga de cientos de hectáreas de zona verde, entendiendo por zona verde algo más que las macetas; los hay que equiparan la calidad de vida a la tranquilidad y los hay que confunden ésta con la ausencia total de actividad sonora, desde el paso de una moto a la sirena de una fábrica. Y, finalmente, están quienes creen que esa calidad se basa en los suficientes recursos como para no dejar nunca la tierra en la que se vive. Según este factor, nada despreciable, resultaría que el lugar de España dotado de mayor bienestar sería el de mayor raigambre autóctona. ¿Saben qué lugar es ese según el censo demográfico del Instituto Nacional de Estadística?: ni más ni menos que Jaén. Sí, sí, de Jaén es de donde menos emigran sus moradores, donde más fieles son a su tierra. Del Jaén de Muñoz Molina -aunque él es de Úbeda, que es como ser italiano de Florencia- es de donde menos hombres y mujeres parten en busca de escenarios económicos más prometedores. Busquen la explicación en el desarrollo que permite retener a su población además de en las bonanzas elementales del paisaje y el paisanaje: Jaén es, efectivamente, una ciudad poco conocida para el común de los españoles que no ven en ella un destino atractivo o un camino a parte alguna. Y sin embargo es un magnífico lugar para desarrollar una vida equilibrada: ya me decía mi llorado e inolvidable Lorenzo Molina que «a Jaén llegas llorando y te vas llorando». Es donde más niños nacen y donde menos años potenciales de vida se pierden. Su tasa de crecimiento poblacional ha hecho olvidar aquellas migraciones masivas de los sesenta y la presencia de extranjeros es de las de menor porcentaje en toda España (dato que a determinados individuos puede resultarle atractivo).

Acostumbrados, pues, como estamos a escuchar que la cabeza de todos los indicadores está siempre ocupada por Gerona o Vitoria, sorprende agradablemente la incorporación de esta nueva variable. Quienes hemos echado muchas horas en pasearnos la permanente