artículo
 
 
Carlos Herrera  
ABC, 23 de noviembre de 2018
¿Y de Andalucía qué?

La sensación social es: vamos a quedarnos como estamos y que siga fluyendo la calefacción central del régimen

FALTA poco más de una semana para que los andaluces debamos votar en las elecciones de hogaño. Debamos o queramos. O lo hagamos. A no ser que esta semana ocurra algo interesante –ojo, no digo importante– en el sur, o deje de pasar en el resto del país, no va a hablarse más allá de lo simbólico o lo anecdótico de unas elecciones que afectan al 18% de la Nación. Hago autocrítica: yo el primero. Ayer, hoy y tal vez mañana es muy probable que todo sea ocupado por las invectivas barriobajeras de un macarra con maneras de chulo de feria, de autos de choque, y por las renuncias del Gobierno de la Nación a defender a su ministro de Exteriores. Que un diputado golpista escupa a su paso a uno de los miembros más dignos del banco azul es asunto de no poca gravedad y de denuncia colectiva, amén de motivo como para que se revuelva contra tal acción y tal indeseable toda la indignación del gabinete que supuestamente gobierna España. En lugar de hacerlo, el presidente viajero ha emitido un lamento colectivo y adiós, que me voy a Cuba, a ver qué hago.

Mientras tanto, los partidarios del inmovilismo en Andalucía se frotan las manos ya que en los medios nacionales no se habla, o se habla mucho menos, de los asuntos que motivan el gobierno de una de las comunidades con más trascendencia en la vida política del país. Da la impresión que se hubiera decidido de forma colectiva que la predicción de la mayoría de encuestas fuera un resultado cerrado y que la única duda, a resolver dentro de un mes, es cómo la ganadora se apañaría con los muchachos de Unidos Podemos al objeto de seguir gobernando como en estos casi cuarenta años. La sensación mediática y social es: la gente está calentita con lo que tiene y no se fía de los que presentan alternativa a la izquierda suave y peronista de la presidenta y a la izquierda silvestre de esos extremistas que, gobernar lo que se dice gobernar, no van a gobernar nunca. Vamos a quedarnos como estamos y que siga fluyendo la calefacción central del régimen, en una palabra.

Es cierto que las elecciones andaluzas jamás despertaron mayor interés salvo aquel año en el que Javier Arenas obtuvo cincuenta parlamentarios. Los cincuenta parlamentarios más inservibles de la historia, dicho sea de paso. Justo es decir que consiguió la machada –perdón por lo políticamente incorrecto del término– de superar en voto y escaños a la PSOE, pero una alianza de las izquierdas, como sabemos, le bloqueó el paso al gobierno de las cosas. Siguieron los de siempre y, ERE al margen, Griñán se apartó para dar paso a la Serenísima Susanísima como continuación del Régimen. El PP se descompuso y hasta ahora. La mayoría de las elecciones las convocaba Chaves a la par que las generales, con la excusa de no distraer demasiado a los andaluces y no hacerles perder el tiempo en debates dobles. Ahora es al revés, ya que la conveniencia es otra. En una semana acabarán los mítines y debates y, a no ser que algo revuelva la atención mediática de los españoles, los de siempre se escaparán por la gatera y celebrarán el domingo por la noche haber «renovado la confianza de los andaluces en un proyecto que tal y tal pascual...». Ya se vio en el debate de Canal Sur que las izquierdas habían llegado a un inteligente acuerdo de no agresión y las derechas –o como haya que llamarlas– se dedicaron al despelleje absurdo en lugar de centrar sus críticas en el gobierno que sigue manteniendo Andalucía, la tierra de mis hijos, mis padres, mis abuelos, mis ancestros, en la permanente melancolía de los cortijos olvidados.