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Carlos Herrera  
El Semanal, 7 de octubre de 2018
San Cristóbal de La Laguna, alhaja de España

La Laguna está llena de sorpresas, en las que la más interesante es la teletransportación

San Cristóbal de La Laguna es así llamada por dos razones elementales: una, había una laguna, y dos, fue fundada, más o menos, el día de san Cristóbal. Las cosas no duran para siempre, salvo el Teide, con lo que la laguna se secó con los años, y el recuerdo a san Cristóbal quedó como referencia oficial: consecuentemente desde la noche de los tiempos todos conocen esa joya canaria como La Laguna, en los altos de Santa Cruz (o Santa Cruz en los bajos de La Laguna), a la vera del aeropuerto de Tenerife Norte, el otrora inquietante Los Rodeos, y a unos quinientos metros de altura sobre el nivel del mar, que lo tiene apenas a quince kilómetros.

Independientemente de otras perlas que el archipiélago ofrece en rincones escondidos o en capitales menos frecuentadas, La Laguna es uno de los lugares de España de los que sentirse orgulloso. Hace pocos días anduve por el Teatro Leal, centenaria bombonera de una ciudad en la que casi todo es más que centenario, y volví a perderme después de muchos años por ese Patrimonio de la Humanidad que declaró como tal la Unesco en 1999. La Laguna está llena de sorpresas, en las que la más interesante es la teletransportación: pasear por sus calles sobrias y amplias es hacerlo por más lugares, por escenarios que hemos tenido la suerte de conocer si hemos dado el salto a aquellos emplazamientos donde los viejos españoles fueron a conquistar y descubrir territorios.

Parece elemental deducir que se llevaron La Laguna, como también se llevaron parte del Cádiz más viejo, más puro. Viendo La Laguna, ese centro histórico no amurallado, mucho más que dos calles engalanadas, uno ve Cartagena de Indias, esa joya de la hermosa Colombia que ha ido salvándose milagrosamente de los muchos sobresaltos que han acuciado a ese gran país. También ve Lima, la maravillosa Antigua en Guatemala y La Habana Vieja. La Habana Vieja comparte también, no obstante, mucho con Cádiz: su piedra ostionera, su Campo del Sur reproducido en el Malecón, sus fortificaciones, sus catedrales, sus casas criollas o andaluzas, incluso su espíritu, célebre y genialmente retratado por el maestro Antonio Burgos en la letra de la habanera que interpretó Carlos Cano y que en una sola frase metió todo un volumen de semejanzas mellizas: «La Habana es Cádiz con más negritos; Cádiz, La Habana con más salero». La planometría de La Laguna viajó a América como modelo, y allí se reprodujo en varios lugares con mejor o peor acierto, pero es fácil descubrirla si se da el salto al otro lado del mar y se absorta uno con la belleza desarrollada por los españoles que viajaron al más allá, sin saber bien lo que se iban a encontrar, yendo a por todas en aquellos siglos en los que salir de la comarca era toda una aventura, navegando meses a por una tierra de promisión de la que solamente se sabían cuatro leyendas contadas por los que habían viajado antes.

Una forma de viajar a aquel sueño de ultramar –al que luego, muy luego, llamaron América y que eran simplemente Las Indias– es visitar este enclave canario tan delicioso y lento, tan colorido y dulce, tan pulido y fresco, tan extraordinariamente conservado, desde su catedral hasta la casa en la que nació el hoy santo José de Anchieta, el jesuita que viajó desde Coímbra hasta el incipiente Brasil de hoy, donde fundó São Paulo y Río de Janeiro. Toda La Laguna es un fresco de la Historia de España, a tantos kilómetros de la metrópoli, tan cerca y tan lejos de todo, tan a mano de cualquiera que quiera saber cómo ese archipiélago prodigioso ha sido el escalón imprescindible para que aquel reino llegara donde llegó.

Y un par de acudideros o tres pueden brindarnos alguna que otra satisfacción. Mi amigo Toño Armas, el de El Gusto por el Vino, tiene abierto un rincón en La Laguna Gran Hotel donde la sumiller Rasa Strankauskaite le ofrecerá lo mejor de la oferta vinícola de las islas, tan excelente como imprescindible. Los Limoneros, un magnífico lugar en Tacoronte, a la vera de la Ciudad de Los Adelantados –como se conoció a La Laguna–, le ofrecerá los mejores productos insulares y peninsulares –el Cherne que probé me resultó impagable– y La Hoya Del Camello, donde me llevó mi hermano Ángel Yuste, le preparará una paletilla de cordero que a mí aún me perezosea en la memoria.

Territorio insular. Alhaja de España.