La condena no es firme, cabe recurso, pero el estacazo no te lo quita nadie
ES verdad: la alegría no dura mucho en la casa del pobre. Eso en el caso de que el PP sea el pobre del relato. No ha llegado a 24 horas el júbilo de haber conseguido un notable acuerdo que ha permitido allanar el camino político y administrativo hasta el año 2020: la aprobación de presupuestos ha sido un encaje de bolillos cuyo mérito corresponde a Rajoy y su disfrute, al menos por esas horas, le permitía sentirse satisfecho por lo logrado, nada menos que arrancar el voto afirmativo de unos de los peores mercaderes europeos, los nacionalistas vascos, junto al de sus reticentes socios de legislatura y elementos sueltos de la Cámara, tan dispersos como imprescindibles. Pero el bocadillo a ese acuerdo político se lo han hecho los tribunales: uno por arriba deteniendo a Zaplana y otro por abajo condenando a todo lo condenable por la primera parte del caso Gürtel. La sentencia, emitida con el voto particular contrario del ponente, es de consecuencias imprevisibles, no tanto por los muchos años de condena a elementos de todos conocidos sino por la implicación del PP a efectos de lucro en toda la trama.
La condena no es firme, cabe recurso, los jueces redactores no son precisamente amigos de la causa, pero el estacazo no te lo quita nadie, por más que tú te defiendas alegando que aquellos eran otros tiempos y que fue precisamente Rajoy quien se deshizo de todos estos cuando alcanzó la presidencia del partido, lo cual es cierto pero no te permite sacudirte de la ropa los restos de la explosión.
Pronto es para calcular consecuencias, pero el panorama medianamente despejado que había permitido contemplar la aprobación de las cuentas ha quedado completamente desdibujado. Imaginemos que la sentencia hubiese aparecido horas antes de la votación del Congreso: ¿cree alguno de ustedes que los presupuestos habrían salido adelante? Inútil es planteárselo ya que ha aparecido horas después, pero haciéndolo así también ha llamado a rebato a las formaciones políticas que sucesivamente han pasado de la indignación a la teatralidad y viceversa. Visto lo sentenciado, visto el aparatoso conflicto que de forma continuada afecta al PP y que hace que cuando te medio repones de lo de Cifuentes te llegue lo de Zaplana, y cuando aún no lo hayas ni digerido te venga lo de Gürtel, apostar ahora mismo por la estabilidad soñada del resto de legislatura es particularmente arriesgado.
El calvario judicial que espera a los populares no es cualquier cosa: aún quedan piezas de Gürtel y esperan tanto Púnica como Lezo, y así no hay quien sobreviva a los sobresaltos. Cierto es que todo lo juzgado corresponde a hechos que en nada tienen que ver con este gobierno, que por cierto ha intensificado la reforma de la legislación para cargar de gravedad todos estos delitos, pero ello es una exquisitez que no equilibra la sal gorda que a lo largo de estas horas se está vertiendo sobre las heridas. La desmoralización de la tropa popular –los votantes– es colosal, tanto que hoy tienen muy complicado salir a la calle a defender su día a día. Puede, incluso, que en el transcurso de la redacción de este suelto hasta su publicación, los que eran irreconciliables se hayan reconciliado para remover a Rajoy y los suyos de La Moncloa, no sin un ápice de dramatismo escénico tan de nuestro tiempo. Ahora o nunca, puede que hayan pensado algunos, siendo para ellos difícil esquivar la tentación de sucumbir.
Es un terremoto político, claramente, por más que fuese esperado. Hay un innegable pánico en ambientes «populares», incluso, por la elevada condena a la esposa de Luis Bárcenas y al mismo extesorero del PP, el cual podría desvelar –temen algunos– detalles guardados celosamente a lo largo del proceso. Justo cuando acababa de despejarse parte del camino. Señor, Señor.