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Carlos Herrera  
El Semanal, 22 de abril de 2018
«Wild wild country», la serie definitiva

Es sencillamente brutal, extraordinaria, y retrata la pesadilla que se vivió en una esquina del viejo oeste norteamericano en los años ochenta

Independientemente del sobrecogimiento que produce la noticia del suicidio colectivo de cientos de personas, no puede negársele a las sectas –más destructivas o menos– un innegable interés analítico, una atracción fatal como hecho noticioso. A muchos nos gustaría conocer el mecanismo que lleva a un individuo a quedar sugestionado por las consignas o soflamas de un líder o de una comuna completa y a seguir ciegamente cada proclama temblorosa que emite en forma casi siempre apocalíptica. ¿Qué misterioso atractivo podía tener Jim Jones para que casi mil de sus seguidores se suicidaran en el Templo del Pueblo de la isla de la Guyana en 1978? ¿Qué grado de fanatismo e idolatría hay que crear en tus seguidores para que 74 individuos se borren de la faz de la Tierra en la Orden del Templo Solar u otros tantos lo hagan tres años después en la secta Puerta del Cielo creyendo que una nave espacial habrá de transportarlos a un planeta escogido y paradisiaco? Los Davidianos murieron en una masacre en Waco, como pudieron hacerlo en Tenerife unas decenas de pirados que pensaban suicidarse en el Teide siguiendo las consignas de su líder, una psicóloga alemana. Y así.

Netflix, la plataforma de contenidos, acaba de estrenar Wild wild country, un amplio documental, repleto de testimonios, documentos originales e imágenes de la época, acerca de una secta que amenazó, casi, con controlar un estado norteamericano de la unión, concretamente Oregón. A un diminuto pueblo llamado Antelope llegaron unos misteriosos tipos provenientes de la India, muchos de ellos norteamericanos a los que se les fue sumando mucha gente en aluvión y con mucha pasta, y compraron un rancho vasto y poco atractivo. Miles de hectáreas inservibles y áridas albergaron un repentino campamento –más bien una ciudad prefabricada– al que comenzaron a llegar tipos vestidos de rojo o rosa que seguían a un líder indio llamado Bhagwan Rajneesh, supuestamente muy místico, muy de libertades sexuales y muy filósofo, de esos de larga barba, que siempre va con las dos manos juntas como en oración y que, puestos a viajar, siempre circulaba en Rolls Royce (llegó a contar con cerca de noventa). Compraron también la mayoría de casas del pueblo, se hicieron con el poder local y pretendieron alcanzar el poder del condado de Wasco. Casi lo consiguieron, pero el poder político y judicial se movilizó para impedirlo y se declaró una guerra a veces sorda, a veces muy sonora, que tuvo en jaque a la opinión pública. Los seguidores de Bhagwan llegaron a envenenar a toda una población (The Dalles) en una suerte de guerra bacteriológica con salmonela y a cometer distintas medidas de presión e intimidación, amén de más de un intento de asesinato. Las imágenes que ofrece la serie nos llevan a la enajenación supuestamente muy mística de millares de personas que aparecían presas de histerias alucinógenas y que mostraban veneración por el tipo de la barba, de esos que se pasan el día dictando libros bajo la influencia del óxido nitroso y que hablan permanentemente del amor, la meditación, una nueva era y cosas así. La cosa no acabó bien, ya que la huida de la mano derecha de Bhagwan, de nombre Sheela (personaje real e inquietante que ocupa toda la historia), responsable con su pandilla de todos los desmanes, dejó al líder a los pies de los caballos. Finalmente fueron problemas con los de Inmigración los que permitieron actuar sobre ellos y expulsar al de la barba larga y deshacer la inmensa comuna. Baghwan empezó un periplo por muchos países que le fueron denegando la entrada y finalmente murió en su país natal diciendo las cosas esas de «conócete a ti mismo, el Camino está dentro» y tal y tal.

La serie es sencillamente brutal, extraordinaria, y retrata la pesadilla que se vivió en una esquina del viejo oeste norteamericano durante los primeros años de los ochenta. No necesita guionistas porque son los protagonistas quienes relatan los hechos. El trabajo de los hermanos Way es adictivo y relata hechos insólitos que ocurren en nuestros tiempos y que causan perplejidad. ¿Qué llevó a tanta gente a construir un monumento a la histeria colectiva como aquel? No dejen de asomarse para intentar comprenderlo.