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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 16 de enero de 2004
¡Feliz, feliz en su día... Alteza!

Dicen las malas lenguas –muy malas– que una de las primeras pruebas que debe superar Letizia Ortiz es aprender a esquiar, ya que en determinadas esferas de poder resulta imprescindible saber descender armoniosamente por una pendiente nevada sin abrirse la cabeza o abrírsela a alguien.

Por lo que se ve, a la futura Princesa le pasa lo que a mí, que nunca se ha calzado unos esquíes y que con la nieve tiene una relación prudente pero lejana, razón por la que no ha asistido este año al encuentro de todo quisque en Baqueira.

Las pistas pirenaicas son la condensación de notables sobre blanco más impresionante del país y no resultaba de recibo verla rodar pendiente abajo rompiendo piernas: toda la familia real esquía primorosamente y una exigencia decorosa la obliga a ponerse a la altura. Como siempre, la imaginación popular añade el morbo y la exageración de turno.


A Letizia le pasa lo que a mí, que nunca se ha calzado unos esquíes y que con la nieve tiene una relación prudente, pero lejana

Se ha llegado a decir que una pista de esquí de un centro comercial de Madrid iba a cerrar sus puertas una tarde determinada para que Letizia pudiera adquirir la debida soltura. Tonterías. También se ponen frases en su boca que una persona medianamente sensata jamás diría: en una cacería a la que habría asistido, habría elogiado determinado vino haciendo referencia a lo mucho aprendido gracias a unos cursos intensivos obtenidos en Zarzuela con "las más de diez mil botellas que tenemos".

De todo ello no puede defenderse y quiero imaginar su rabia al leerlo en determinados medios. Letizia puede ser temperamental, pero no va a volverse tonta de repente: sabe muy bien en el país que vive y la burbuja en la que puede encontrarse no va a nublarle la vista de la realidad. Eso creo.


Mi deseo personal –por la cuenta que nos trae– es que pueda celebrar los aniversarios que le esperan con la misma felicidad que éste

El Príncipe, entretanto, celebra su último cumpleaños de soltero. Ignoro si hay mucha diferencia en celebrarlo casado o no, pero es todo un síntoma: a medida que iba convirtiéndose en el que las acaba acompañando a casa a las tantas, Felipe veía acercarse el nubarrón negro de la soltería tardía. En esta ocasión podrá brindar por un futuro en la compañía que ha elegido.

Le aconsejo, humildemente, paciencia ante los dimes y diretes y comprensión ante quienes critican su decisión. La suya nos afecta a todos y todos tenemos derecho a expresar nuestra opinión, sea quien suscribe, sea mi admirado Jaime Peñafiel, en un sentido, sea en otro.

Mi deseo personal –por la cuenta que nos trae a todos– es que pueda celebrar los aniversarios que le esperan con la misma felicidad que lo celebra estos días. Y que su prometida aprenda a esquiar debidamente, que le queda mucha pista por delante.