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Carlos Herrera  
El Semanal, 26 de octubre de 2003
Caprichos

También piden un billar; que ni siquiera miran. Todo es por si acaso.

Las estrellas más o menos explicables y también las inexplicables son carne de interpretación psicológica antes o después. Les resulta muy difícil evitar el blando pastizal de los caprichos. Los Stones pidieron mil toallas blancas -de blanco nuclear- como exigencia indispensable para realizar uno de sus conciertos en España. Evidentemente, se las tuvieron preparadas, pero apenas utilizaron más de veinte: ¿cuál es la razón por la que exigen tantas? Posiblemente por joder. También piden un billar, que ni siquiera miran. Todo es por si acaso: por si acaso les apetece a sus hijos ir a Port Aventura hay que tener dispuesto un helicóptero y una flota de coches de lujo por si acaso quieren conocer Montserrat, a donde luego no van, por supuesto. Es la imagen ampliada de un niño chico que entra en una habitación cargada de chucherías y juguetes y se dedica a dar patadas a los muebles y a deshacer envoltorios. El mismo Jagger, que a lo largo de su apretada vida se ha metido de todo, exigió en un restaurante que un comensal de una mesa no demasiado próxima apagara el puro que se estaba fumando porque le molestaba. El mesero se lo pidió amablemente al fumador lejano y este accedió con tal de no montar follón. Manda cojones.

El propietario de un trascendental equipo ruso de baloncesto viajó con sus muchachos a España para disputar un interesante partido. Se trata de una suerte de mafioso multimillonario que acostumbra a encargar la confección de su agenda en el exterior a una agencia austriaca. Ésta gestiona todos los carísimos caprichos del magnate y tiene a punto varios programas alternativos por si acaso. En la visita mentada, el tovarich se empeñó en que Juanmari Arzak le cocinara una comida para él y los suyos: cuando los austríacos se lo dijeron a sus correspondientes españoles éstos les aclararon que Arzak ni necesita ni acostumbra a ir a cocinarle a nadie a su casa, que estaría encantado de recibirles en su restaurante y tal y tal, pero que de ir a Barcelona a prepararles un marmitako nada de nada. ¿Cómo se les ocurrió el capricho a los rusos?: probablemente acostumbren a tirar de Guía Michelin -Arzak tiene tres estrellas- y señalen con su dedo el nombre elegido. No contentos, encargaron que una bodega legendaria de cavas les tuviera preparada una comida -El Bulli organizó el catering- y que pusieran dos botas a su nombre con el fin de llevarse luego el contenido en cientos de botellas. Pagaron por ello una pasta. y ni siquiera acudieron.

No sólo no acudieron, sino que ni siquiera fueron a recoger el cava por el que habían pagado unos cuatro mil euros. Tenían a su disposición una sala de juegos con crupieres y maquinitas de la que no dispusieron en los dos días que anduvieron por aquí y, una vez acabado el partido, les entró la prisa por volver a la madre Rusia y dejaron plantada una fiesta con invitadas cariñosas que habían traído desde varios países cercanos. Sus aviones privados estaban a punto en todo momento y despegaron en cuanto los tipos llegaron al aeropuerto. La broma les salió por un pico, pero ello no era problema: este tipo de nuevos ricos no repara en gastos. Quieren tenerlo todo por si les apetece abrir en un momento dado siete botellas de Pingus. Botellas que pagan pero que luego dejan olvidadas. Ejemplos de despilfarro como el de estas Bodas de Camacho se producen cada semana: los encargados de trajinar con las estrellas cinematográficas norteamericanas que visitan España podrían escribir libros repletos de caprichos idiotas. Sería el libro perfecto en el que reflejar el espíritu derrochador de individuos que no son conscientes del mundo que les rodea. Puede que hayan crecido, pero nada dice que no hayan experimentado una regresión a la edad estúpida de un niño tonto.