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Carlos Herrera  
El Semanal, 25 de febrero de 2018
«Señor, dame paciencia»

¿Habíamos visto la misma película los críticos y yo? ¿Tenía que pedir perdón por habérmelo pasado bien durante esa hora y media?

Si me hubiera dejado llevar por el ejercicio calificativo de la mayoría de los insoportables, relamidos, cursis y pedantes críticos españoles de cine –con sus correspondientes excepciones–, me hubiese perdido una película que me ha hecho pasar una hora y media divertida y relajada. Las desalentadoras palabras escritas por la mayoría de los plumillas perdonavidas que se dedican a ponderar positiva o negativamente una obra cinematográfica, sin tener la mayoría de ellos ni puñetera idea de cómo se coloca una cámara –yo tampoco, pero no presumo de ello–, me habría alejado como de la peste de una cinta dirigida por Álvaro Díaz Lorenzo que me ha resultado altamente estimable por varias razones. Señor, dame paciencia es una comedia del todo punto visible, divertida, ligera, agradable y, hasta cierto punto, original que consiste en enfrentar los estereotipos más trasnochados con realidades de este tiempo nuestro. Sin mal gusto. Sin provocaciones innecesarias. Con amabilidad argumental. Con interpretaciones muy estimables. Y con las asumibles exageraciones de comedias más o menos disparatadas.

Un extraordinario Jordi Sánchez representa a un banquero madridista al que su hija mayor se le casa con un catalán, su hijo homosexual lo va a hacer con un negro de Bilbao y su hija menor se habla con un perroflauta. No es la primera comedia con este tipo de situaciones, pero sí es una cinta sin pretensiones moralizantes ni finales amargos cargados de dramatismo adherido. Es una película hecha para pasar un rato agradable, tal como fue Ocho apellidos vascos, otro metraje al que la crítica no perdonó que nos hiciera reír a los comunes y a los que vamos al cine a evadirnos y no a elaborar tesis pesadísimas sobre el arte transitorio. Rossy de Palma deslumbra en unas pocas escenas del metraje exhibiendo su gracia incontestable en pocos detalles, como hacen los actores singulares; Salva Reina, Eduardo Casanova –magnífico–, Bore Buika o Paco Tous resultan demoledoramente eficaces y brillantes, como Megan Montaner o David Guapo. Antonio Dechent gasta sólo cuatro minutos protagonizando magistralmente a un disparatado guardia civil, y Silvia Alonso… Silvia Alonso enamora a quien la vea –yo entre ellos, sin ir más lejos–. Pasé una tarde de sábado magnífica, partiéndome la caja con algunos momentos delirantes y disfruté viendo mi Sanlúcar de Barrameda desde mi casa en La Jara hasta Bajo de Guía. Que contento me fui camino de casa.

Pero hete aquí que me asomé a algunas de las críticas recogidas por especializadas páginas digitales. El común denominador de algunas de ellas, de supuestos gurús del cine, calificaba la película como: «veraniega», «topicazo», «sosa», «de mal gusto», «simple», «sin hondura interpretativa», «chillona», «tontuna», «sin timing cómico» –¿qué coño es el «timing cómico»?– y así.

¿Habíamos visto la misma película los críticos y yo? ¿Tenía que pedir perdón por habérmelo pasado bien durante esa hora y media? ¿Soy un pobre ignorante, simple y bobalicón que se ríe con naderías? Santo Cielo, ¡menudo complejo de culpa empecé a sentir al darme cuenta de que estaba aupando con mi aquiescencia un subproducto de la subdesarrollada España cinematográfica! Claro que al poco caí en la cuenta de que me entrampaba en el diálogo imposible que el público, nosotros, sostenemos con los críticos de cine, esos individuos que no es de extrañar que sean detestados, por muy brillante pluma que exhiban en su desarrollo argumental y para los cuales resulta imperdonable la risa del respetable. Nada hay más alejado que la valoración de la crítica supuestamente especializada y la libertad de los espectadores en pasárselo bien con lo que les venga en gana sin necesidad de pasmarse ante películas de mucho pensar, lentas como el crecimiento de un brote de hierba y llenas de personajes de motivaciones profundas e inescrutables, que no digo yo que no sean estupendas, pero que no son las únicas dignas de atención.

No hagan caso de todos estos engolados y altisonantes dispensadores de certificados y permisos. Señor, dame paciencia es una película encantadora, con la que pasará un buen rato y se evadirá de las cuestiones que le acucien. Cuando llegue a casa, hágase con una cinta de cine lento en blanco y negro y poco diálogo para hacérselo perdonar. Y diga que lo que a usted le gusta es el cine iraní en versión original. Luego despójese de remordimientos.