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Carlos Herrera  
ABC, 21 de julio de 2006
El pañuelito de PetaZeta

Deberíamos un querido y admirado colega y un servidor -en una mesa de Casa Bigote de Sanlúcar de Barrameda, donde toda excelencia es siempre posible y donde el atún mechado está causando estragos este verano- acerca del juego de miradas con las que José María Aznar despacha últimamente a Mariano Rajoy.

De haber sido uno de los dos el responsable de ilustrar la portada de un periódico, hubiésemos tenido muy fácil escoger una fotografía que resumiese la suficiencia y el enfado con los que el monclovita anterior observa de reojo al candidato actual. Muy fácil. A González le vino a pasar algo parecido con los suyos: a Borrell lo machacó, a Almunia lo difuminó y de Rodíguez Zapatero decía -y dice- auténticas pestes así pasaron unas semanas.

Me proponía yo escribir un suelto guasón e hiriente sobre la frialdad sobreañadida de Aznar y el cabreo nada disimulado que tiene con Rajoy -pensará que se esfuerza poco, que contempla demasiado o que se está volviendo timorato- y me frotaba las manos pensando que podía despachar el artículo en las próximas dos horas y disponer de la mañana del jueves para perderme por Cádiz y acabar en la exuberante barra de «El Gitano Rubio», esa en la que conviven meros del tamaño del novio de La Sirenita.

Pero hete aquí que va el presidente del Gobierno de la undécima potencia industrial y bla, bla, bla, y se coloca, en plena crisis internacional, en pleno conflicto bélico en Oriente Medio, un pañuelo palestino al cuello para fotografiarse con unos jóvenes defensores de la causa. De la causa palestina, por supuesto. No sé si de la causa de Hamás o la de Hezbolá o la de la gente sin más, sin hogar, sin país, sin gobernantes normales. Se lo coloca, pone esa su sonrisa de póster que le acompaña en sus momentos más inanes y posa para la posteridad de occidente con la kefya al cuello. Adiós primera idea. Vamos con la pañoleta.

El ministro de exteriores de España, Moratinos, que sabe lo que vale el paño, ha tardado décimas de segundo en saltar a los medios y desplegar su capote diplomático dándose cuenta de dónde se ha metido su original y simpático señorito, pero ni por esas ha conseguido amortiguar la inoportunidad de un gesto absolutamente innecesario.

Que a Rodríguez Zapatero le gusta poco o nada que Israel esté donde está y se defienda de lo que tiene que defenderse resulta tan obvio como buena parte de sus discursos.

Que es solidario con la causa de países en los que la democracia brilla por su ausencia se evidencia en las manifestaciones que ha puesto en marcha -a través de su partido- contrarias a Israel y a su derecho a pelear con quienes le hacen volar por los aires a una parte de su población.

Que no tiene ni puñetera idea de política internacional y que no le importa que se sepa está tan claro como la bobada impulsada desde su gabinete de ideas llamada Alianza de Civilizaciones. Pero que comprometa la posición internacional de la undécima potencia y bla, bla, bla con irresponsabilidades que no se les ocurren más que a Hugo Chávez y a toda esa chusma de gobernantes es comprometer de forma muy delicada a todos aquellos representantes españoles en el exterior que procuran mantener una delicada posición de equilibrio y concierto en un endemoniado conflicto que, evidentemente, no se soluciona con fotografías.

Alguien con confianza debería explicárselo.