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Carlos Herrera  
ABC, 12 de enero de 2018
Parodias de Carnaval

Los mismos que se irritan hasta la hiperventilación deberían disimular su desprecio por aquello que desconocen

que los independentistas catalanes y sus terminales mediáticas estén irritados con el Carnaval de Cádiz: no están acostumbrados a la parodia –a veces feroz– que pueda hacerse de sus líderes e ideas. Toda esa patulea de irritados amorales que titula en sus digitales –y demás púlpitos– reacciones de indignación por las chirigotas en las que se ridiculiza o satiriza el «procés» y a sus protagonistas, no conciben que nadie pueda hacer ningún tipo de sátira con algo tan sagrado como sus ridículos postulados y sus tipejos de opereta. Ellos puede gastar todo el dinero necesario para montar panfletos del tipo «Polonia» que hace ricos a los graciosos oficiales del régimen –Soler, Albá y otros cretinos–, pero nadie puede ironizar ni caricaturizar bajo ningún concepto la lucha sagrada de un pueblo y sus representantes en busca de la Arcadia soñada. La chirigota que representa a Puigdemont con un cepo y que juega a «decapitar» simbólicamente al personaje puede ser más o menos creativa, más o menos ocurrente, más o menos graciosa –a este articulista no le parece nada de eso en exceso–, pero es un ejemplo más de la áspera relación que tiene el Carnaval con los poderes. ¿Con todos los poderes?: seguramente no, pero sí con los que los participantes deciden en su libertad de creación.

Es cierto que los autores del Carnaval llevan muy mal la crítica que ellos mismos ejercen a veces de forma injusta o exagerada, pero forma parte del pacto de libertades carnavalescas. De una comparsa o una chirigota puedes disentir y considerar sesgadas sus «performances», e incluso en ocasiones es conveniente que hagas ver que te hacen gracia aunque no la tengan –y algunas no la tienen de ningún modo–, pero no es de recibo teatralizar el disgusto que pueda provocar que te elijan a ti como objeto de crítica. La izquierda más sectaria no está acostumbrada a que les aticen, ni siquiera la Junta de Andalucía, que parece tener un pasaporte a la tranquilidad, pero tanto ellos como el poder representado por el actual gobierno o la antigua alcaldesa han debido escuchar y ver afiladísimas –y a veces injustas– críticas más graciosas o más patosas. El Carnaval es eso. Ahora, cuando le ha tocado al imparodiable independentismo catalán, que lleva meses haciendo el ridículo más grotesco a través de personajes de cómic como el fugado o los detenidos, ponen el grito en el cielo y sacan de su zurrón los habituales argumentos xenófobos y racistas que suelen utilizar de forma absolutamente impune cuando se refieren a esos ignorantes del sur a los que, incluso, se creen que alimentan personalmente. Baste leer algunos comentarios facinerosos de los terminales mediáticos que alimenta la Generalidad con el dinero del FLA. Los gaditanos, seres gandules que están todo el día echados en la arena de la playa pensando en cómo pasarlo bien en los días de Carnaval, son unos malditos ejemplos de catalanofobia; lo cual es especialmente indignante cuando son los catalanes los que trabajan para que ellos coman, bailen y liben. Qué ignorancia. Qué amargura perpetua. Qué victimismo eterno.

No tienen por qué saber que el Carnaval es una parodia que se realiza con el personaje de moda. Otras veces ha sido la Familia Real, o Rajoy, o Teófila, o la Pantoja, o Cristiano Ronaldo, o Belén Esteban. Y no han parado a preguntarse si estaban siendo amables o no. Sencillamente han querido divertirse y divertir. Pero los mismos que se irritan hasta la hiperventilación deberían disimular su desprecio por aquello que desconocen, viajar hasta el sur del sur y desalmidonar un tanto la rigidez de sus supuestas dignidades inabordables. Que bajen al paraíso del Falla y se relajen. Y sepan de lo que hablan. Y conozcan la ciudad más antigua de occidente.

 

Las chirigotas del carnaval de Cádiz