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Carlos Herrera  
El Semanal, 10 de diciembre de 2017
El icono del Mal

Es una insoportable banalización del terror convertir a un tipo como Manson en una referencia cultural, en una suerte de objeto al que venerar 

Difícilmente el Mal pudo tener alguna vez un rostro más visible. A raíz de su hace un par de semanas, ustedes habrán podido ver la evolución de un psicópata convertido, sorprendentemente para algunos, en un icono pop. Charles Manson ha corregido, de alguna manera, el error de haber nacido: ha muerto en prisión a los ochenta y tres años, después de pasar cuarenta y ocho encarcelado con motivo de los diversos crímenes que amparó o cometió al final de los sesenta.

Manson era un adorador de la muerte, un chalado que creía llevar dentro el diablo, un líder indiscutible de niños bien decididos a liberarse de su destino burgués mediante la práctica de la vida hippie. En aquella época el hippismo era visto como transgresión revolucionaria que había de transformar el mundo; estaba claramente sobrevalorado y en realidad era una suerte de contracultura poco fructífera que consistía en mucha psicodelia de colores y andar de marihuana hasta el culo. No hay nada más tonto que un hippie. No digamos en la actualidad.

Manson regentaba una comuna. Mucha orgía de sexo y drogas. Mucho delirio de grandeza asesina. Mucho discurso sobre el choque de razas. Mucho niño pijo seducido por el discurso violento y rebelde que tanto impactó a otros jóvenes años después. Y mucha sangre un par de noches de verano en Los Ángeles. Manson ordenó a sus pupilos asaltar una casa en Cielo Drive con el fin de matar a Terry Melcher, productor musical que desechó una grabación de Manson que aún conserva Brian Wilson, de los Beach Boys. A quien encontraron fue a Sharon Tate, la mujer de Polanski, embarazada de ocho meses. La destriparon a cuchilladas. A ella y a otros más. Y al día siguiente otra vez, en esta ocasión asesinando al matrimonio LaBianca. Condenado a muerte junto con sus pupilos, fue conmutada su pena por la cadena perpetua, que en Estados Unidos se cumple a rajatabla. Leslie Van Houten, una de las asesinas hoy arrepentida, ve denegada una vez tras otra su petición de puesta en libertad. Susan Atkins, otra de la familia, murió en la cárcel víctima de un cáncer.

No es noticia la maldad. Millones de personas en el mundo viven entregados a ella. Psicópatas de toda catadura esperan su turno para nacer. Lo noticiable ha sido que un sujeto de semejante perfil se haya convertido en una referencia atractiva para cultivadores de idolatrías extrañas. Hay un inexplicable deseo de coleccionar cosas relacionadas con él. El lugar que ocupa en la cultura popular solo es explicable por el gusto de una parte de la sociedad por los dibujos deformados, por lo grotesco de todo feísmo, por el misterio que encierra la mente de un criminal casi mesiánico. El culto macabro por ese pobre demente hizo que hasta determinadas estrellas grabaran alguna pieza musical de las que llegó a componer –dicen que no era del todo malo– y a lucir su rostro en camisetas o su nombre en apellidos (Marilyn Manson). Digamos que la cultura pop hizo de este hombre un símbolo de la maldad inopinadamente atractiva, esa que integras porque sabes que no va a poder afectarte a ti y porque sus víctimas han sido digeridas por la historia. Manson redondeó su rostro malvado marcándose una esvástica en la frente, lo cual evidencia la insostenibilidad de su comportamiento, el regodeo casi infantiloide de un cerebro con atrofias evidentes. Es una insoportable banalización del terror convertir a un tipo como Manson en una referencia cultural, en una suerte de objeto al que venerar, siendo un serial killer que si no mató más es porque no pudo. Pero se hizo y así sigue.

Ni que decir tiene que un tipo como Manson en España estaría libre desde hace muchos años. En Estados Unidos a nadie se le ha ocurrido solicitar –más allá de las tres groupies que le escriben– la libertad condicional: no se la concederían jamás, como no se la han concedido al asesino de Lennon o al de Robert Kennedy, este último en la cárcel desde un año antes que el maniaco recientemente desaparecido. Ha muerto como consecuencia de una hemorragia intestinal de la que los médicos no quisieron tratarlo debido a su edad. El mito del Mal por excelencia, el fulano majareta, el anciano grotesco ha desaparecido. Pero el Mal se sigue reencarnando a diario.