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Carlos Herrera  
ABC, 27 de octubre de 2017
Total... ¿Qué?

Oiga ¿y para esto llevo yo esperando todo el día? ¿Ustedes creen que uno puede acostarse así?

Siete de la tarde, más o menos. Tarde de sol y moscas en esta Sevilla de otoño que más parece un trampantojo de primavera que otra cosa. Entra un sol redondo y amarillo por la ventana que da al oeste, a la Huelva que nos brinda atardeceres prodigiosos y tal y tal. Oigo desde el primer piso en el que habito los cascos de caballos de los enganches paseando Paseo de Colón arriba, Paseo de Colón abajo. Tengo aquí a mi vera el nuevo disco de El Barrio que acaba de presentar junto al Puente de Triana hace poco más de un par de horas, y estoy loco por escucharlo porque soy un confeso admirador de este gaditano genial y prodigioso. Vengo de compartir mesa y mantel con Quique Setién y su equipo técnico, que son los que van a llevar al Betis a la cima perdida desde hace tantos años, y antes de eso de charlar con el cura Lezama y con Enrique Barón, que andan por este cobijo del sur a cuenta de asuntos importantes que tienen que ver con la educación y sus sistemas. Barón, por cierto, caballero político versado en mil batallas, no da crédito a lo que sucede. ¿Y qué sucede?

Pues eso quisiera saber yo. Me pongo ante las teclas de este piano sordo y silencioso que es el ordenador y no sé si tengo que anunciar la independencia de Cataluña, el lanzamiento del artículo 155, la cárcel de Puigdemont o una convocatoria oculta de elecciones. ¿Alguien puede socorrerme?

Esta mañana enumeraba las diferentes alternativas con las que podía sorprendernos el pájaro chogüí de la política catalana. Una era la Declaración de Independencia con una llamada a la resistencia. Otra era la misma Declaración añadida a una convocatoria de elecciones. Otra la convocatoria de elecciones ceñidas a las leyes de chichinabo que promulgó el Parlamento catalán. Y otra, la que supuestamente podía retrasar los efectos apisonadora del 155, la llamada a unas elecciones acogiéndose a la legislación vigente que promulga la ley orgánica correspondiente. Pero es que me asomo a lo que ha pasado, en la esperanza de asistir a la revolución en directo, como aquellos pioneros del periodismo que cogían un taxi en Madrid para ir a la Lisboa revolucionaria del 75 –¡Taxi, lléveme a la Revolución!– y no ha ocurrido ninguna de las cuatro. Este centauro de la liberación de Cataluña, adalid del diálogo, profeta del Caganer republicano, no ha hecho más que decir que no hay nada y que a ver si mañana los parlamentarios del parque de la Ciudadela deciden por sí mismos lo que hay. O sea, que ni hace Balconing, ni convoca a las urnas cojas de esa Cataluña en la que un ciudadano de Hospitalet vale menos que uno de Camprodón, ni proclama la revuelta definitiva que haga de los catalanes una mancha excepcional en el mapa de Europa.

Oiga ¿y para esto llevo yo esperando todo el día? ¿ustedes creen que uno puede acostarse así? Todo el día esperando el arrojo de un mártir dispuesto a inmolarse en nombre la república de all i oli tantas veces prometida para que, al final, el hombre providencial haya dicho que ya si eso quedamos mañana. Que ya si acaso ustedes digan cómo afrontar la decisión del Senado de España de intervenir la administración catalana. Que es muy tarde y que lo siento, que los que hoy han vuelto rodear el Parlamento se vuelvan a su casa ya que tampoco es el día de excitar su patriotismo yonki creyéndose que son por fin independientes de estos hirsutos y primitivos españoles que nos rodean por todas partes.

Se ha metido el sol por la cornisa del Aljarafe y no he sido capaz de sacar nada en claro. Así no hay quien escriba columnas.