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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 11 de mayo de 2006
La lucha «verde» de la baronesa

Nos frotábamos las manos pensando en la fotografía que iba a ilustrar cientos de portadas: María del Carmen del Rosario Soledad Cervera Fernández, encadenada a un árbol, protesta como un sauce llorón por la intención del Ayuntamiento de Madrid de talar un puñado de árboles de la vera de su museo pictórico.

No se puede pedir más: quien protesta y le echa un pulso al alcalde es una baronesa de vida apasionada que ha pasado de los rescoldos del Hollywood que conoció de la mano de su primer marido a la exquisitez culta y millonaria en la que le embutió su matrimonio con un señor holandés rico riquísimo y culto cultísimo pasando por la cutrería alocada de su época marbellí, llena de cantamañanas, trincones y vividores a los que conoció de cerca.

Tita, así conocida desde que su madre la rebautizara siendo ella una pollita que estudiaba en los mejores colegios de entonces, no llegó a encadenarse –aunque no renuncien a ver esa foto– ya que no han llegado los “bulldozers” y las sierras mecánicas al Paseo del Prado de Madrid, pero sí dio un mitin de aúpa y le intentó meter el dedo en los ojos al alcalde Gallardón en compañía de otros entusiastas defensores de lo que sea con tal de fastidiar al PP y de un puñado de ecologistas horrorizados por el cambio de aspecto que se proyecta para el centro de la capital.

Los asistentes la vitoreaban como ¡Baronesa, alcaldesa! y ella se dejaba aplaudir como si fuera una líder sindical después de reivindicar la jornada de treinta y cinco horas. El morbo consistía en verla llegar en Rolls, adornada de joyas como un árbol –pero de Navidad--, vestida por modistos exclusivísimos y atarse a uno de los plataneros con cadenas de activista de Greenpeace. No fue satisfecho, como digo, pero más allá de la anécdota, la pelea de Tita debería servir para que reconociésemos en esta mujer a una proteica señora capaz de entrar y salir de túneles y beneficiar a su país, como el que no quiere la cosa, con la instalación en él de la colección privada de arte más importante del mundo.

No sé si los coches estropean o no los cuadros de un edificio contiguo, pero algo me dice que la pelea de Tita no es caprichosa. También, puestos a valorar, creo que tiene más interés y trascendencia lo que hay dentro del museo que la calle ancha que se planea fuera, con lo que pónganse de acuerdo.


A ver si todos los que se han tomado a cachondeo la guerra particular de Carmen Cervera van a tener que hocicar y agradecerle su pelea como tuvieron que agradecerle que convenciera a su marido para que residenciase en España su impresionante colección.