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Carlos Herrera  
El Semanal, 24 de septiembre de 2017
Estuve en Babia

Sí, estuve en Babia. José María Fidalgo me insistía como un martillo pilón en que tenía que visitar esa comarca sita en el norte de la provincia de León. Fidalgo, que desde sus años de secretario general de CC.OO. guarda una innegable virtud para la seducción negociadora, me aseguraba que descubriría un paraíso insospechado a poco más de cuatro horas de Madrid. Babia es una comarca que apenas alberga a dos mil habitantes un poco más allá del embalse de Barrios de Luna. El pantano, que abriga una capacidad de más de trescientos hectómetros cúbicos, cuenta tan solo con un 6,49 por ciento de ocupación a la hora de escribir este artículo. El año pasado, a estas alturas, llegaba al 32. La sequía de este 2017 empieza a resultar devastadora. Ese embalse fue construido en 1956 y supuso, como en otros lugares -véase Riaño-, el abandono por parte de algunas familias de las pequeñas poblaciones que habían de ser cubiertas por las aguas. Cuando se producen sequías como las de este año, o incluso peores, algunos lugareños pueden bajar andando a lo que fueron las casas de sus padres y abuelos, de las que solo quedan piedras. La Guardia Civil acostumbra a decir que cuando un pantano se vacía aparecen muchas sorpresas en el fondo, generalmente vehículos, alguno de los cuales puede albergar algún que otro misterio por desvelar. 

A pesar de la carestía de lluvias, Babia sigue siendo verde, apasionadamente verde, siendo uno de los pasos obligados entre León y Asturias, este a través del alto de La Farrapona, ese endiablado final de etapa de alguna Vuelta Ciclista a España. Desde ese alto se puede abarcar el camino hacia los lagos de Saliencia o hacia el Parque Natural de Somiedo; pero volví hacia León y descendí hasta Torrestío, donde una señal de tráfico con gallina dibujada en su triángulo de peligro nos indica que un par de docenas del ave más numerosa del planeta transita de un lado al otro de la carretera como Pedro por su casa. Babia siempre fue, indistintamente, tierra de reyes y de pastores. A unos y a otros se les atribuye una de las frases que de forma más habitual utiliza el habla de los españoles: «estar en Babia». No es el único caso: se puede tirar «por los cerros de Úbeda», estar en «Jauja» o «entre Pinto y Valdemoro» o a «la luna de Valencia». Al igual que París, que bien vale una misa, Babia combina por igual aguas y verdes praderas que fomentaron desde siempre la ganadería y la trashumancia. De Babia a Extremadura y al revés. Los pastores que salían antaño con sus rebaños y sus mastines dormitaban en los caminos y soñaban con sus hogares y sus pitanzas. De ahí que les dijeran que despertaran, que parecían estar en Babia. Los reyes de León, allá por el año mil y poco, los que crearon el Fuero de León que acaba de cumplir mil años, vacacionaban en el palacio de Quiñones de Riolago, visitable desde que la Junta lo compró y lo convirtió en un centro interpretativo de la comarca. La cantina del palacio es, por demás, el bar del pueblo, con lo que siempre hay un vaso de vino dispuesto para el visitante. Recorrían sus majestades ochenta kilómetros desde León y no estaban para nadie cuando cazaban o descansaban. Si alguien pedía una audiencia, se le decía que era imposible, los reyes «están en Babia». Puede que ambas fórmulas sean correctas y compatibles. Lo único cierto es que mil años después lo seguimos diciendo.

Es un delicioso Parque Natural con un par de municipios y muchos accidentes geográficos dignos de visita. San Emiliano es la población, junto con Cabrillanes, merecedora de una parada. Su hostal Valle de San Emiliano permite repostar con su comida sencilla pero contundente y una buena cama. Dirán que cada año por estas fechas le dedico algún paseo a la provincia de León, y es cierto. Bien sea la Ruta del Cares, las cuevas de Valporquero o un paseo por Babia. Todo es debido a que Javi Camarote (Camarote Madrid), leonés de pro, decide enseñarnos a un nutrido grupo de amigos pedazos de su provincia con motivo de su cumpleaños a primeros de septiembre. Nunca digo que no: siempre descubro un fragmento de esta apasionante España de las cosas. Esa que no es tan fácil cargarse como algunos creen.