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Carlos Herrera  
ABC, 20 de enero de 2006
La carcelera Martínez

¿Qué querrá decir la directora de la cárcel de Algeciras, Isabel Martínez de la Torre, cuando en declaraciones al diario «El Faro Información» afirma sin empacho que los presos de ETA son «honrados y normales» y que, además, «se puede aprender de ellos»? ¿Cuál es el criterio que tiene esta señora sobre la honradez? Creía este articulista, probablemente en su inopia, que un preso asesino que no se arrepiente de sus crímenes resulta un ejemplo poco edificante para los más comunes de los mortales, pero hete aquí que este ángel igualitario y garantista ha venido a sacarle de su error y a demostrarle que el bien anida hasta en la maldad más perversa.

Sigo preguntando desde la inocencia: ¿puede un funcionario público decir cosas como esas? Añado: ¿debería estar la señora Martínez sometida a un régimen similar al de los profesionales de la milicia? Si el teniente general Mena ha sido arrestado por manifestar sus reservas acerca de determinadas reformas legislativas y hacerlo, además, en alocución oficial, ¿sería de desear que algún reglamento punitivo se aplicase a la responsable de una prisión en la que moran los más peligrosos asesinos organizados de la historia de España, a los que dicha señora considera «gente de la que se puede aprender»? Por cierto: ¿qué se puede aprender de pistoleros que han masacrado a familias enteras, que han sembrado el país de huérfanos, que han chantajeado y arruinado a cientos de empresarios, que han movilizado hacia el exilio de su tierra a miles de personas? ¿Son las declaraciones de la directora de la prisión de Algeciras un indicativo de por dónde van los criterios antiterroristas de la pléyade de seguidores del presidente del Gobierno?

La estupidez espetada por esta funcionaria -que algunas voces califican de apología del terrorismo- puede haber sido causada por un transitorio e igualmente injustificable «síndrome de Estocolmo» o por el deseo confesado de pertenecer a la estirpe de políticos al estilo de Rodríguez Zapatero, que piensan que los derechos individuales de los miembros de Batasuna son intocables, ésos que les permitirían celebrar congresos con el anagrama de ETA por muy ilegalizados que estén. En cualquiera de ambas posibilidades, Isabel Martínez merece que la destituyan; conociendo, no obstante, la doctrina imperante dictada por la muy meliflua y progresista directora de Asuntos Penitenciarios, lo más probable es que la asciendan o le suban el sueldo. En la España de este PSOE todo es posible. El desprecio por las víctimas que reflejan estas manifestaciones está en perfecta consonancia con la política hacia ellas que el Gobierno de la nación ha puesto en práctica desde que en sus planes sólo entra pactar con la banda terrorista en lugar de terminar con ella. Poco importa, por lo visto, que entre los presos de ese centro se encuentre un sujeto como De Juana Chaos, que a no pocos funcionarios de prisiones ha amenazado con sus soflamas habituales. ¿Qué tiene de «admirable» que un preso de ETA solicite langostinos y champán cuando sus compañeros de banda asesinan a un matrimonio como los Jiménez-Becerril? ¿De qué pretende convencernos una irresponsable como la tal Martínez?

A todas las prebendas y los módulos especiales de los que gozan los presos de ETA hay que sumar ahora la del respeto institucional. Entretanto, los funcionarios que han debido reforzar su seguridad amenazados por el sujeto anteriormente mentado no salen de su asombro, y los ciudadanos que vemos los muros de la prisión desde el lado del sol, tampoco. Sepan, pues, los asesinados por estos individuos que, según su vigilante, son personas normales, intachables, cultas y dignas de impartir enseñanzas. Sin más.

O la hemos malinterpretado y todo es una injusticia tremenda, o la hemos interpretado demasiado bien. En el primer caso tendrá derecho a matizar y rectificar. Lo segundo resulta, sencillamente, infame.