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Carlos Herrera  
Diario Sevilla, 12 de noviembre de 2005
El sexo de los seminaristas

Nunca olvidaré el impacto que en la adolescencia causó entre mis amigas la lectura de Caballo de Troya, de J.J. Benítez. Corrían hasta lágrimas en la cafetería Rochas de Estella, Navarra, donde, como si se tratara del Café de Gijón de Madrid, discutíamos sobre la veracidad de ese best-seller mundial. A Benítez lo descubrimos con los años y a través de su saga, pero el realismo con el que contaba el viaje de dos astronautas a través del tiempo hasta el año 30 de nuestra era tomando contacto directo con Jesucristo y descubriendo cómo se desarrolló realmente la Historia Sagrada nos hizo dudar sobre nuestra religión católica.

Analizo la instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional de las personas con tendencias homosexuales en vista a su admisión al seminario y a las Órdenes Sagradas dictada por Benedicto XVI. Dicho documento dicta que la Iglesia no puede admitir en los seminarios ni en el sacerdocio a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundas o apoyan la llamada cultura gay. Dice el documento que las Sagradas Escrituras los considera intrínsecamente inmorales, contrarios a la ley natural, que comenten pecados graves, que tienen una adolescencia inacabada y que son personas desordenadas, pero que no por ello deben ser injustamente discriminados.

Todo eso es tolerable, aunque no se comparta, al ser algo así como un club privado que establece sus propias reglas y que tacha de pecado lo anterior. La duda que me desborda es por qué la Iglesia mantiene a la cabeza de algunas parroquias a curas denunciados por pedofília y, presuponiendo la promiscuidad de los homosexuales, no considera a los heteros igualmente inmorales que cometen pecados graves. Es el racismo sexual en una comunidad que promete guardar castidad y que, por tanto, al entrar a un seminario ni siquiera debería cuestionarse esta práctica que jamás deben aplicar ni homosexuales ni heterosexuales, quienes, como los ángeles, no deben tener sexo de acuerdo con sus predicamentos, claro.

No se cuestiona el querer entrar en un club privado y no aceptar sus normas, sino criticar que ese club está discriminando por sexo, acusando de ser más promiscuos a los homosexuales que a los heteros, cuando es algo que no debiera existir según una de sus principales cláusulas: la castidad. Por lo tanto, entiendo que los homosexuales no deberían ser diferenciados, como empiezan a no serlo las mujeres, que ya comienzan a concelebrar misas en países suramericanos.

Sin Benítez, pero con Benedicto, se vuelve a dudar. Si la Iglesia quiere mantener el respeto, que definitivamente el sexo sea incompatible "absoluto" con el sacerdocio. Muchos homosexuales católicos buscan un confesionario rosa, pero la Iglesia sólo los pinta de negro.