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Carlos Herrera  
ABC, 2 de junio de 2017
Savonarola vive

No nos sorprendamos que quieran dedicar su vida a la administración política los que no sirvan para otra cosa, los ansiosos de poder o los que anidan un dictadorzuelo en sus adentros 

¿HA cometido alguna ilegalidad el ya ex fiscal anticorrupción Manuel Moix? ¿Sí o no? Si es sí, bien cesado o dimitido está. Si es no, aquí está pasando algo que equipara nuestro escenario al de la Florencia de Savonarola. El fraile dominico se convirtió en látigo de todas la vanidades. Tanto es así que la espiral de intolerancia llegó a considerar lujo condenable cualquier gesto de bienestar. Todo era corrupción, todo, y la hoguera de cada día disolvía en fuego cualquier supuesta vanidad material. Hoy, la España contemporánea camina por esos andurriales. Una indudable intolerancia se ha instalado en discursos y conductas, de tal manera que aleja de las apetencias de cualquiera dedicar su tiempo a la gestión de la cosa pública. ¿Quién va a querer perder el tiempo en la intransigencia exagerada que controla las vidas y haciendas de los actores que dedican su tiempo a los asuntos de los demás?

Moix como paradigma. Estudias la carrera de Derecho, que no te la regalan. Dedicas lo mejor de tu juventud a preparar una oposición durante unos cuatro años y consigues plaza como fiscal. Desarrollas una buena carrera que te consolida como jurista competente. Alcanzas un puesto destacado en la Administración… y tienes que dimitir porque tu padre tenía una sociedad panameña que era propietaria, exclusivamente, de la mitad de la casa en la que murió tu madre. Sociedad, por supuesto, de la que Hacienda tenía conocimiento y que contaba con todas las bendiciones de la legalidad. Cometiste el error, al parecer, de no contarle esa peripecia a tu inmediato superior y ello ha valido para que propios y extraños se rasguen vestiduras cual Savonarolas modernos y pongan el grito en el cielo ante lo que consideran un soberbio e intolerable ejemplo de corrupción. Entiéndase: los culpables a la cárcel, los inocentes, entretanto, queden sin mácula de sospecha permanente.

Nunca es exagerada la exigencia de moralidad pública, pero siempre es contraproducente la teatralización política del fanatismo y la severidad. No nos sorprendamos que quieran dedicar su vida a la administración política los que no sirvan para otra cosa, los ansiosos de poder o los que anidan un dictadorzuelo en sus adentros. Con los criterios de hogaño, cada día más amanerados, deberías responder de conductas hoy consideradas delictivas pero que cuando fueron «cometidas» eran consideradas normales. A cualquier cargo público habrá que someterle a un tribunal que examine su vida entera, incluida su infancia escolar, por si se le encuentra alguna irregularidad políticamente incorrecta de la que algún día deba arrepentirse.

Que en España se organice un guirigay por el hecho de que el fiscal anticorrupción comparta con sus hermanos la titularidad de una sociedad legal, declarada debidamente, que no le reporta beneficio ni quebranto, heredada de sus padres, y que deba dimitir apedreado por la opinión pública y la publicada, da una idea de hasta donde han llegado las aguas. Se nos está yendo de las manos: los políticos presos de histeria moralizante, los jueces haciendo de justicieros, los investigadores de Guardia Civil y Policía desatados y los medios de comunicación publicando entre grandes aspavientos cualquier estupidez filtrada por los anteriores…

¡Qué no habrá molestado a los fiscales más extremistas de la Fiscalía el nombramiento y las pretensiones de Moix! En lugar de preguntarnos por ello y de preocuparnos por la sectarización ideológica que muestra día a día, enviamos a la hoguera de las vanidades a un fiscal como víctima propiciatoria, cuando el problema de la fiscalía en sí no es Moix, son muchos otros. Ya tendremos tiempo de irlo comprobando. Savonarola, por cierto, contemporáneo de Torquemada y a la par de Leonardo, murió en la misma hoguera que él contribuyó a mantener en llama permanente. Cosas de la vida.