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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 1 de diciembre de 2005
El Rey y su nuera nos traen alegría

Cuando Vuestra Majestad fue proclamado Rey de España en aquella fría y lánguida mañana de noviembre del Madrid de los setenta, un servidor andaba trampeando los primeros compases de la carrera de Medicina que ahora, justamente, hemos celebrado haber acabado hace veinticinco años un grupo de hombres y mujeres a punto de entrar en la cincuentena. Ya ve.

Lo que va de entonces a ahora, reflejado en nuestro aspecto de profesionales un tanto aburguesados, es lo que va de la España autárquica y adormilada que quedaba retratada en el blanco y negro que simbolizaba su tiempo, a la España inquieta y competitiva que de forma tan solemne se ha instalado en el siglo XXI.

Todos hemos cambiado mucho, Señor. Los estudiantes de entonces tenemos hijos que crecen acompañados de la inquietud por el mundo que les espera, y a Vuestra Majestad le crecen los nietos que simbolizan el futuro del país.

Uno de ellos, incluso, ceñirá esa corona que no recuerdo habérsela visto puesta y que simboliza la Jefatura del Estado de un país apasionante, hermoso, difícil e imprevisible, en el que florecen por igual las rosas y los cardos y en el que, antes o después, siempre surge un cándido o un sandio dispuesto a ofrecerlo en sacrificio en aras inexplicables.

No he tenido oportunidad de confesárselo, pero así que le vea le daré las gracias por este tiempo en el que, merced a que VM se ha dedicado al complicado oficio de la estabilidad, yo he podido dedicarme a lo mío y obtener beneficio de ello, como todos, como tantos.

Treinta años en los que, entre españoles de diversa condición, hemos podido poner el pan en la mesa sin tener que tapiarle las puertas a las revoluciones absurdas y así, poco a poco, dejar asfaltado un camino hacia un futuro que es mucho más apasionante que el que le pudieron dejar nuestros abuelos a nuestros padres.

Han pasado unos cuantos días desde que reapareció Letizia tras su fructífero parto y desde que VM recibió en Palacio a muchos de los que han sido testigos de estos años de vaivén y equilibrio: ambas cosas simbolizan la entrega de trastos que la historia depara a los que estamos de paso, que somos todos.

Deseo de corazón que VM siga dando guerra, como prometió, y que enseñe a los que le sigan cómo sujetar con una mano el volante y con la otra atender sin descomponer el gesto hasta, incluso, a los que cuestionan su puesto de trabajo. Larga vida, Señor. Y largos puros que nos fumemos.