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Carlos Herrera  
ABC, 14 de febrero de 1993
Historias de la copla: Conchita Bautista

HE aquí a la niña del Baratillo, a la saetera, a la artista pronta. a la eurovisiva, a la más “pop", a la que tinta su voz con un suave toque de proximidad, a la que humedece su sonrisa con un discreto perfume de melancolía.  He aquí a Concepción Bautista Fernández ducha en el arte de hacer feliz a quien coincida a su  paso.

He aquí a una poderosa intérprete de la copla, Conchita para la eternidad, curtida en las mejores escuelas, ésas que se llaman las de la vida, y mantenida por el solo coraje de su persona.

Se trata de alguien nacido en el otoño, un 27 de octubre, bella época para nacer en Sevíla, en el seno de una familia bien avenida y bien gobernada. El prócer, Laureano Bautista, agente comercial de profesión, magnifico cortador de telas en “La Nueva Ciudad”, comercio céntrico e imprescindible en la vida sevillana, vio llegar a su segunda hija con un pan debajo del brazo: a la par que nacía le llegaba el segundo premio de la lotería, que por aquel entonces constaba de treinta mil rubias pesetas, que imagino que en la España de posguerra inmediata supondrían una pasta gansa.

Doña Conchita Fernández, natura de Alcalá del Río, como Laureano, habría de ver nacer a dos hijos más, no sé si tan atinados en el cante como ella, magnifica saetera y deliciosa interprete de lo que se le pusiera por delante. Tal vez fuera ella quien enseñara a la niña a cantar; aquel, con lodo, era un brrioo cantarín y resultaba fácil escuchar entonar con acierto.

Saeta de Viernes Santo

La vida la escuchó cantar por vez primera la madrugada de un Viernes Santo al paso de la Esperanza de Triana: aupada por su padre cantó una saeta, la primera de una serie que la tuvo entretenida un buen tiempo y que hizo que la conocieran los lugareños de los alrededores. No debería pasar de los siete años, la misma edad que tenía el día de su debut ante un selectísimo auditorio de Alicante compuesto principalmente por amigos de su padre, el cual consideraba todo aquello como una gracia y poco más, ya que ni remotamente quería considerar que  la niña de su alma pudiera ser artista. Por lo visto, en esta serie eso era algo que no le gustaba a ningún padre.

Ciertamente Conchita le despistó un poco, ya que empezó a estudiar Comercio y algunas cosas más que supongo no le debían gustar nada. Surgió un cómplice, como pasa en casi todos los casos.

Cuando finalice la serie deberemos hacer justicia y publicar el listado de todos los cómplices de estrellas que en este mundo han sido y gradas a los cuales ellas y ellos son lo que son. Juntaremos en un capítulo de acción de gracias a los colaboradores silenciosos, instigadores secretos de tanto artista incipiente.

 Añadiremos el nombre de Asunción Bautista, regente y propietaria de la añoradísima “Casa Bautista” de la calle Conde de Barajas (donde tan buen café se daba y tanta legumbre se liaba en papel de estrada}, tía de la niña y mentora de sus aficiones y tendencias artísticas,  Asunción pagaba las academias a las que Conchita iba a aprender la cosa del decir y del cantar Adelita Domingo, Enrique el Cojo, Realito... Por las academias pasó Cipriano Lope; -¡Ay! Cipriano-. zahorí de talentos ya experimentado en su labor, y se fijó en la niña.

No era la primera que descubría. De su mano fue a las Galas Juveniles, estas del teatro. 

 

 
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